jueves, 18 de enero de 2001

El perdido


- Oíd, oíd, oíd... Desde que abandonamos hace tantos años el dorado bosque de Lothlórien nos hemos reunido en este día para recordar la belleza del bosque. Cada año desde entonces os he cantado al caer la tarde alguna de las canciones que perpetúan la memoria de aquella tierra bendita. Esta noche también contaré una historia. Dama, ¿qué canción deseáis oír en este día de recuerdos?


- Maestro, por favor, habladnos de los amigos que no volvieron. Cantad la canción de Eilif el Perdido.


- Como vos deseéis, Señora. Oíd, entonces, la Canción del Perdido, la canción de Celebriel y Eilif, el arco y la espada de Galadriel, primeros entre los Elfos de Lórien, héroes de los Noldor en la Guerra de la Cólera, los que fueron la ruina de Thaurthang, los que fueron separados por la muerte de Celebriel en las puertas de Mordor.


El viejo narrador es un maestro en su arte, sus palabras transportan a los reunidos en memoria de Lórien a un tiempo antiguo, cuando tras la Guerra del Anillo el mundo se volvió marchito para los primeros nacidos. En su historia vemos a los elfos del bosque dorado preparándose para la marcha. En el lugar donde el Celebrant y el Anduin se unen para seguir un solo curso está la Dama de Lórien, Galadriel, y el Señor Celeborn; discuten con Eilif, Capitán de Lórien, que se niega a partir.


- ¡No iré a los Puertos!

La Dama intenta calmar los ánimos de Eilif, que desde la muerte de Celebriel en el Morannon vaga como una sombra por el Bosque Dorado.


- Comparto tu dolor, Capitán, pero ha llegado la hora de partir. El mundo ha muerto para los nuestros. Volverás a encontrarla al otro lado del mar.


- ¿En Mandos, Señora? Soy un Noldor. Os acompañé desde el principio, desde que abandonamos Valinor. Tal vez vos hayáis olvidado como es el juicio de los Valar, pero yo no. ¿Oirá mi ruego Mandos? Celebriel y yo no somos Luthien y Beren. ¿Por qué habría de conmoverse el Fëanturi por mi congoja? ¿por qué habría siquiera que escuchar mis palabras ?


- Escúchame, te lo ruego. Te muestras irracional. No queda nada en la Tierra Media para un elfo. ¿Acaso el dolor te ha enloquecido, te ha vuelto ciego? ¡Mira, te digo! Todo es ahora gris. Incluso la bendita Lothlórien se muestra apagada... y pronto no habrá mallorn.


- Cuentan que tampoco hay mallorn al otro lado del mar, Señora. Os he servido como vuestro campeón durante tres edades del mundo, mi Reina, liberadme ahora de mis juramentos, os lo suplico.


El señor Celeborn interviene furioso, todo Lórien espera y la locura del Capitán retrasa la marcha. Avanza hacia el antagonista de la Dama aunque sus guardias, tras mirarse entre ellos y al que durante tanto tiempo ha sido su cabecilla deciden abandonar el claro junto al Anduin.


- ¡Basta! Sois el Capitán de Lórien, recordad vuestros deberes, os debéis a los elfos del Bosque. Unios ahora a la compañía. ¿Habremos de llevaros atado?


El Campeón desenfunda su espada, su rostro está desencajado por la ira.


- ¡Atrás, señor! No reconozco otro soberano que la Dama. Osad acercaros y no veréis los Puertos Grises.

- ¡Celeborn! Retírate, te lo ruego, conduce a los nuestros fuera del Bosque, te seguiré enseguida. ¿Capitán, no vendrás conmigo esta vez? Piénsalo, amigo mío, de nuevo en Valinor, tras todos estos años. A Tirion, a Tirion sobre Túna. A la casa de mi padre, donde jugamos juntos cuando éramos niños. A casa. Me conoces, sabes que te ayudaré en tu reclamación frente a Mandos, los dos juntos convenceremos al Fëanturi de que deje partir a Celebriel, los dos juntos...


El guerrero deja caer su espada, él mismo cae de rodillas, su cuerpo se estremece entre sollozos, meciéndose adelante y atrás. La Dama se acerca, arrodillándose a su lado. El poder de la Dama, incluso ahora que ha perdido el poder de Nenya, el anillo de diamante, es inmenso para la curación. Acaricia la cabeza del elfo, y su contacto dispersa la pena que sacude su alma. El guerrero alza la cabeza, los bellos ojos anegados en lágrimas


- No, Señora. Aquí murió Celebriel, peleando contra la Sombra. Ella era una orgullosa guerrera por derecho propio. ¿Cómo podría yo haber vencido a Thaurthang de no ser por ella? Su fuerza, su sabiduría, su valor... Ella no habría querido verme de rodillas ante los orgullosos Valar. Ni yo a ella humillada ante Mandos. Enterré su hermoso cuerpo aquí, donde se unen el Celebrant y el Anduin. Y aquí permaneceré, junto a ella, hasta que encuentre la forma de que volvamos a estar juntos, aunque tenga que esperar a que el mundo se acabe y vuelva el Oscuro. Entonces volveremos a ser uno solo. Sí, uno sólo de nuevo, no sé cómo Señora, pero os juro que aunque tenga que entrar en Mandos a sangre y fuego volveremos a estar juntos. Y seremos otra vez dichosos como lo fuimos aquí, en la dorada Lothlórien... Partid junto al señor Celeborn, decidle que disculpe mis malos modos. Sed dichosa en Tirion, Señora, no tengo vuestro poder para ver lo que está por llegar, pero el corazón me dice que volveremos a encontrarnos antes del final. Adiós, mi Dama. Adiós, Galadriel.


- Volveremos a vernos, sí. – Una sonrisa se abre paso entre la tristeza y las lágrimas en la faz de Galadriel - Sí, a mí también me lo dice el corazón, la luz de la barca del sol al amanecer en Valinor alumbrará nuestro encuentro. Adiós, amigo mío, mi eterno campeón. Adiós, Eilif.


Los elfos de Lórien abandonan el bosque dorado, no volverán a llenarlo con sus canciones, sus risas. Y así, privado de los elfos que lo amaron y cuidaron y de la luz de la Dama, definitivamente Lothlórien muere. Y por el bosque muerto vaga la figura del que en un tiempo fue el más dichoso de los elfos.


“¿Y ahora, Eilif? ¿Y ahora? Celebriel, Celebriel, ¿dónde estás? ¿qué será de mí ahora?... Me separé de ti para acompañar a ese señor de hombres mortales, a ese vagabundo que ahora se hace llamar rey Elessar. Si hubiéramos estado juntos seguirías viva, pero cuando se formaron los cuadros en el Morannon yo permanecí junto al futuro rey como me pidió la Dama, mientras que tú, bendita seas, decidiste con mejor criterio ayudar con la mortal canción de tu arco a nuestros amigos de Dol Amroth... Ay, ay, Celebriel, ¿cómo es posible que ellos vivan y tú estés muerta?... pero soy injusto. Ah, ver al noble Imrahil traerme tu bello cuerpo inerte en sus brazos, envuelta con el estandarte del Cisne de Plata, las lagrimas fluían por sus mejillas como fluía el Sirion al mar.”


“Ahora he de recorrer solo los caminos, mi amada. Recorrer los caminos solo yo, que junto a ti recorrí la Tierra Media durante tres edades del mundo.¿Alguien entre las tres razas podrá decir que vio tanto como nosotros? Acaso el buen Eärendil. No hubo rincón de Beleriand que no recorriéramos, uno solo la espada y el arco, para la Dama. ¿No golpeamos juntos las puertas de Angband en la Dagor Aglareb, la Batalla Gloriosa? ¿No trabajamos junto al Felagund en las cavernas de Nargothrond? ¿no vivimos un tiempo en la Tierra de la Estrella junto a los Fieles? Fuimos huéspedes del Señor de Doriath y la reina Melian, del alto Maedhros y de Maglor el poderoso cantor. Reyes y reinas de los elfos alabaron tu belleza. Señores enanos te entregaron sus joyas, los padres de los hombres alabaron tu gracia en sus canciones y en sus leyendas...”


Pasan los años sobre el lamento de Eilif, el relato del narrador de historias se prolonga hasta bien entrada la noche, habla de los largos años de soledad y pena. Habla, finalmente, del encuentro entre el perdido Eilif y la hermosa Estrella de la Tarde, la noble Arwen, desolada por la perdida del rey Elessar. Los ojos de los elfos de Lórien están arrasados por las lágrimas, ¿cabría imaginar encuentro más triste que el de la Dama Undómiel y el Campeón de Lórien? Durante una luna pasearon juntos por la ahora gris Lothlórien, y cuentan que fue Arwen quien convenció al perdido de que había llegado la hora de buscar a Celebriel. Así pues, cuando se separaron y la Estrella de la Tarde dejó el mundo, Eilif levantó el túmulo verde que debe durar hasta que el mundo cambie donde reposa Arwen y partió a la búsqueda de la señora Celebriel.


El contador de historias da por finalizado el relato y abandona el sencillo escenario, sabiendo que durante unas horas ninguno de los presentes podrá moverse, querrá moverse. ¿Cuántos de ellos conocieron en vida a Celebriel y Eilif? a estos los sorprenderá la mañana llorando al Perdido y su amada. Solo uno de los presentes se mueve.


- Maestro...


- ¿Señora?


- Decidme, Maestro, si alguien lo sabe sois vos. Manwë elude mis preguntas, Varda no contesta mis ruegos ¿Vos sabéis qué ha sido de Eilif? ¿Está en Mandos? Cada año por esta fecha acudo a sus puertas para pedir por Eilif y Celebriel, pero cada año ignora mis súplicas. Mi poder... todo lo que puedo, todo lo que tengo es inútil ante esta cuestión ¿dónde está mi campeón, anciano? ¿dónde están la espada y el arco de Galadriel?


- Nadie sabe qué ha sido del Perdido, Señora, hay quien dice que aún hoy permanece en las tierras de los mortales, en lo que un día fue Lórien y que los hombres mortales acabaron llamando el País del Verano. Los elfos que vuelven de aquellas tierras cuentan que ya no existe el bosque, pero que en su lugar permanecen los espíritus de Eilif y Celebriel, y que su presencia reconforta y da fuerzas a los que aman y luchan.


- ¿Nada hay seguro entonces? ¡ Ay del Campeón de Galadriel!


- No, Dama, recordad como en un tiempo fue el orgulloso Capitán de Lórien, el custodio de Galadriel. Eilif fue tal vez el más grande de los capitanes de los Elfos, y la sabiduría y habilidad de Celebriel no tenía parangón entre los elfos úmanyar. Aunque Mandos no hable no me cabe la menor duda de que Eilif y Celebriel están juntos de nuevo, o lo estarán pronto. ¿Ay del Campeón de Lórien? ¡Ay de Mandos si pretende impedir al Perdido encontrar a Celebriel! Si Fingolfin hirió siete veces a Morgoth... ¿qué no harán el arco y la espada para estar de nuevo juntos?



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Durante mucho tiempo los elfos de Lothlórien evocan la magia del bosque perdido en el aniversario del día de su partida. El narrador cuenta sus historias y año tras año mantiene al final del día la misma conversación con la Dama.


La barca del sol se alza sobre Valinor.


- Galadriel...



Jose, 18 de enero de 2001