lunes, 26 de febrero de 2001

Venganza


            - Había más gente, Eilif, al menos tres comerciantes más, dos de Kern y uno de Valkinord. Habían retomado los negocios de contrabando, pero esta vez a mayor escala, cubriendo la mitad del continente desde aquí hasta Palanthas. Se dice que también suministraban pertrechos a algunas organizaciones oscuras, pero no sé a cuales. Uno de ellos vio a Vardaz en el mercado y temieron que hubierais vuelto como mercenarios llamados por algún comerciante rival para desbaratar su tinglado. El resto ya lo sabes... Se dice que Bar-Vanion ha perdido no solamente la vista sino también la cordura, así que el resto del grupo se ha hecho cargo de sus negocios en toda la costa del mar Sangriento, se reúnen una o dos veces al mes en su palacete y lo organizan todo.

             Dos hombres conversan en una mesa apartada de una taberna de Kern, frente al mar Sangriento. El ruido del local garantiza una cierta privacidad. El que habla es un hombre pequeño, de tez oscura, tal vez herencia de algún antepasado ergothiano; de temperamento nervioso, su cabeza se alza a menudo para inspeccionar a los pobladores de la taberna hasta que, satisfecho por la indiferencia del local, vuelve la vista a su interlocutor. Este es un humano de proporciones desmesuradas, de cabello negro y facciones muy marcadas. Su mirada está completamente absorta en el relato de su interlocutor, aunque a ratos también vigila a los parroquianos del local. Y a diferencia de su acompañante se ha dado cuenta de que son discretamente vigilados.

             - ¿Estaba todo ese grupo presente?

             - Presente ¿cuándo?

             La cara del hombretón enrojece y con una rapidez que contradice su envergadura atrapa la mano del hombre que descansa sobre la mesa. Su presa es como un torno de carpintero.

             - Tu estúpida forma de buscar más información puede costarte la mano, ratero.

             - ¡De acuerdo! De acuerdo, suéltame. ¡Vas a hacer que todos se fijen en nosotros!

             - Vamos, contesta.

             - Soborné a uno de los nuevos mercenarios que custodian el palacete. Parece ser que no solo estaban presentes sino que la idea de cegar a Vardaz fue del extranjero, el de Valkinord.

             Permanecen unos instantes en silencio. El hombretón asimila la información suministrada por el ladronzuelo. Pero falta un detalle antes de decidirse por un curso de acción.

             - ¿Y Cristal?

             - Como me pediste la embarqué lejos, a Palanthas. Casualmente se encontraba en el puerto un compatriota hijo de una gran amiga de mi madre, verás...

             - Al grano, Kinon, ¿es de fiar?

             - Completamente. Una vez que ha recibido el pago ni un tifón le impedirá entregar su mercancía o su pasaje.

             - Bien. Estaba muy afectada por todo lo ocurrido. Durante el viaje a Palanthas se tranquilizará y si no consigue hundir el barco o que el capitán la arroje al mar cuando llegue ya estará en condiciones de viajar.

             - ¿De viajar?       

            - Sí, quiero que baje a Esp... ¿sabes que eres demasiado curioso? ¿has olvidado lo que te he dicho sobre tu mano?

             - Oh, bueno, es mi trabajo, por eso me pagas, ¿no?

           Ambos hombres sonríen, mirándose a los ojos y calibrando hasta qué punto pueden confiar en el otro. El más grande pasa un saquillo tintineante al otro.

            - Cierto, cierto. Aquí tienes tu dinero, y perdona lo de antes. En el pasado nunca nos fallaste, y tuviste varias oportunidades.

            - Digamos que procuro fidelizar a mis clientes. Si os hubiera vendido entonces no me habrías pagado ahora, ¿no?.

            - Buena filosofía comercial.

            - Un consejo gratis, Eilif. Vete de la ciudad y no vuelvas en unos meses, yo pienso hacerlo.

            - ¿Qué ocurre?

            - Alguien, creo que una mujer, ha estado preguntando por ti y Vardaz y... y lo que pasó. No sé quien es, se oculta muy bien... Y si es tan hábil como parece ya debe tener mi nombre, así que me voy, dentro de dos días saldrá un convoy rumbo a Kalaman y creo que deberías venir conmigo.

            - No, me iré dentro de unos días. Pero volveré.

 

                                                /--------/

 

            “Mañana será el día, Vardaz. Mañana bajaré a Kern y mataré a todos nuestros enemigos, no quedará nadie para decir que un día pudo poner sus manos sobre ti.

            “Estoy tan cansado... te echo de menos, hermano... echo de menos a Cristal... le dije a Kinon que la enviaba lejos para protegerla, pero en realidad la envié lejos porque ya no confío en mis fuerzas, no creo que sea capaz de sobrevivir al asalto del palacete de aquel malnacido.

            “Tampoco sé si quiero sobrevivir, estoy cansado de tantas luchas sin sentido, de tantas pérdidas inútiles. ¿Qué es lo que me pasa? Pierdo todo lo que toco, no me queda nada desde el día que murieron mis padres. ¿Y tú, dónde estás, Maestro? Solo me quedan tu espada y tu arco. Creo que incluso olvidé tus enseñanzas... He perdido todo lo demás, mis amigos de juventud muertos durante la Guerra de la Lanza... maldita guerra y malditos héroes. Que gran verdad es que la historia la escriben los vencedores... si nos hubiesen hecho caso... pero entregaron el mando a aquella maldita elfa, Laurana. Inexperta, completamente inexperta, su único mérito era ser hija del Orador. Y nuestra compañía abandonada en vanguardia, rodeados por los draconianos y exterminados, solo sobrevivimos el valiente Vardaz y yo... ¿y después?. Ariel y su hermana muertas en el ataque de la Señora del Dragón a Palanthas.  Ariel, tú...

            “Y Limia, como yo una superviviente nata... caiga quien caiga, aunque el que caiga sea un vulgar soldado... claro que en aquella época yo no era un vulgar soldado, ya llevaba tres años viviendo en Palanthas, enriquecido con el producto de mis viajes. Ahhh, entonces... entonces pude dedicarme a estudiar, a tocar, ¡a vivir, Dioses! Sin guerras, sin sangre, sin grandes tragedias, solo con las pequeñas cosas que adornan la vida de las gentes normales... pero yo nunca fui una persona normal, mi cabeza demasiado llena con las chifladuras del Maestro y mi sangre contaminada con la herencia de padre... ¡Padre!... te echo tanto de menos, a ti y a mamá... el Maestro decía que nunca conoció a dos personas que compartieran un solo corazón...  ¡por los dioses!”

            El filo de una espada larga sobre su cuello despierta a Eilif de sus ensoñaciones. Un caballero de Takhisis apoya su espada sobre su yugular mientras otro se mantiene expectante, la mano sobre la empuñadura de su arma. Y una figura encapuchada, una mujer probablemente, se acerca entre los árboles. El hombretón intenta incorporarse, la cara aún bañada por las lágrimas producto de los recuerdos.

            - ¡Por el Abismo que he de mataros a todos! Saca de ahí esa espada, Caballero.

            - ¿Prometéis que escuchareis a la señora y nos dejareis partir en paz? De no ser así me veré obligado a mataros, señor – la voz del caballero, como su cortesía, es fría como el hielo.

            - ¡Prometo que te mataré con tu propia espada si no la retiras inmediatamente!

            La figura encapuchada se acerca y se dirige al hombretón.

            - Te muestras muy poco razonable teniendo en cuenta tu posición... semiogro.

            El hombretón golpea con el antebrazo la espada apoyada en su cuello y se pone en pie de un salto. Los dos caballeros de Takhisis flanquean a la mujer.

            - Solo busco información, semiogro. Si me dices lo que quiero saber te dejaremos en paz.

            - ¿Y si no?       

            - Si no lo averiguaré de todos modos y te mataremos después. Estás solo y desarmado, a mi me acompañan dos caballeros experimentados y yo misma tengo mis propias... capacidades.

             - ¿Qué es lo que quieres?

             - Tú eres Eilif Aglar, un mercenario procedente de las Khalkist. Parece ser que tú y tus compañeros os metisteis en líos con una agrupación de poderosos mercaderes de Kern. De resultas Vardaz, un minotauro, resultó cegado y muerto... Me han dicho que tu celebraste el funeral del minotauro. Mi misión es saber quienes hicieron eso al minotauro.

             El guerrero permanece en silencio, sus ojos escudriñan la oscuridad de la capucha de su interlocutora sin encontrar nada más que una voz cálida con un acento sureño.

             - ¿No dices nada?

             - No tengo nada que decir.

             - Muy bien, será por las malas, entonces. ¡Capturadlo!

             Los dos caballeros se abalanzan sobre el guerrero, con las armas enfundadas, con el ánimo de capturarlo. Van completamente protegidos con su oscura armadura, casco, guanteletes, espinilleras y botas claveteadas, y tienen el mejor entrenamiento en lucha cuerpo a cuerpo que pueden ofrecer los paladines de la Reina Oscura. Pero su rival combatía ya antes de que ambos nacieran. Cuando se le acercan sus antagonistas permite que le cojan de los brazos para a continuación dejarse caer de espaldas, arrastrando a los dos caballeros que sobrecargados con la armadura y la fuerza del guerrero caen de bruces, el hombretón gira en la caída dislocando el hombro del caballero a su derecha, antes de que el otro consiga levantarse ha disparado sus rodillas contra la parte posterior del casco, dejando al caballero aturdido por la potencia del golpe, sangrando por oídos, nariz y boca. Al girarse se encuentra con una imagen extraordinaria, un cono de fuego surge de las manos entrelazadas de la mujer.

             El hombretón debería haber perecido en una pira, pero el fuego se disipa sin tocarlo al llegar a su pecho.

             - ¡Maldito seas, semiogro! ¿quién te protege?... un momento, ¿Mishakal? ¿cómo es posible? ¿a un semiogro?

             - No soy un semiogro, aunque supongo que para alguien como tú eso carece de importancia – la voz del guerrero destila una profunda amargura-. Ya que parece ser que eres una sacerdotisa te recomiendo que cuides de tu compañeros. Tu poder no puede alcanzarme y yo estoy hastiado de tanta lucha. Mañana combatiré por última vez.

             - Espera... ¿mañana? ¿en Kern?

             - Déjame en paz, te lo ruego.

            

                                                            /---------/

 

            Eilif lleva todo el día inspeccionando el palacete, combinándolo con los recuerdos que tiene de su anterior incursión al recinto, hace varios años.

             Toma su potente arco y desde las sombras derriba a los dos guardias de la puerta. Comienza a escalar la muralla exterior y accede al interior del recinto, dejándose  caer entre las sombras. Inspecciona el patio interior y se encamina hacia la puerta del palacio cuando una explosión lo derriba, dejándolo al borde de la inconsciencia, abrasándole la cara. Se levanta para ver como todo el recinto está en llamas, ardiendo con una llama extraña, azul y cobre, sobrenatural, que parece alimentarse de  la misma alma de las piedras. La última imagen que se graba en su cerebro es la de una silueta de mujer alzando sus brazos al cielo y danzando desnuda en medio de las llamas desatadas.

             Un cubo de agua sobre la cara lo saca de la oscuridad donde se había refugiado. Ante él la misma figura encapuchada del bosque, con un brazo en jarras y un cubo, ya vacío, en la otra mano.

             - Vaya, semiogro, volvemos a encontrarnos. Ahora no pareces tan lejos del alcance de mi poder. Podría matarte ahora mismo. Pero me parece que eso sería hacerte un favor. Creo que tienes bastante con tu pequeño infierno personal.

             Levanta la cabeza al oír los silbatos de la milicia que acude para apagar el incendio.

             - Creo que te dejaré en manos de la milicia local, necesitaré un chivo expiatorio. Adiós... Eilif.

  

                                                /-------------/

 

            Tres días más tarde, Eilif sale de la cárcel, le han entregado todas sus cosas y no es juzgado. Perplejo, sale a la calle.

             - ¡Padrino!

             - ¡Eilif!

             Un joven gigantesco y una kender corren hacia al guerrero. Este se agacha y toma a la kender en sus brazos, abraza al joven.

             - Por todos los dioses, Aglar. ¡Cristal! ¿Qué hacéis aquí?

             El llamado Aglar ríe mientras abraza al que en un tiempo ocupó el papel de padre para él. Ahora ya ha crecido, la sangre de ogro que corre por sus venas ha dado un tamaño descomunal a sus humanos miembros y ha acelerado su crecimiento.

             - Hace cuatro noches madre se despertó sobresaltada, supo que habías recibido  un tremendo ataque procedente de un clérigo y que no podía ponerse en contacto contigo. Contactó conmigo en Palanthas, donde me encontró Cristal, y Dunbar nos teleportó aquí. Unos cuantos sobornos y aquí estamos. ¿Qué hacemos ahora, padrino? ¿buscaremos a quien te ha hecho esto?

             - Buscaremos mi caballo y nos iremos de aquí, hijo. Tengo muchas cosas que agradecer a tu madre y necesito descansar una buena temporada – el guerrero ríe por primera vez desde la muerte de Vardaz, su compañero, su hermano-. Ahhh, Aglar,  volvemos a casa, ¡a casa!.

 

           

domingo, 25 de febrero de 2001

Funeral

- ¡Eilif, Eilif! – las lágrimas bañan las mejillas de la kender, mientras entra en la cueva gritando, despertando al hombretón, que está tendido con una pierna enyesada.

          
- ¿Qué pasa? Dioses, Cristal, cálmate y cuéntame, ¿qué ocurre?.


- Es Vardaz, Eilif... Lo he visto en el camino del norte... ¡Lo han cegado, Eilif! ¡Lo han cegado y lo han expulsado como a un perro! No pude acercarme porque lo vigilaban unos hombres armados y...


El hombretón permanece callado. De su cara ha huido la sangre, los músculos de su mandíbula se marcan tirantes a ambos lados de su cara mientras su cerebro intenta asimilar la idea.


“Vardaz... ¿cegado? ¿cegado? ¿por qué? ¿quién? Habría muerto antes de ser hecho prisionero, ¿cómo ha podido ocurrir? Un momento... ¿el camino del norte?”


- Cristal... te voy a arrancar la piel a tiras si se te ha ocurrido bromear con algo así, ¿cómo has podido ver a Vardaz en el camino del norte si estamos al oeste de la ciudad?


Increíblemente la kender golpea el rostro del asombrado Eilif, a ese golpe siguen otros. El hombretón se da cuenta del error cometido y de que lo que le dice es cierto, alguien ha capturado al gigantesco minotauro y lo ha cegado. Cae de rodillas, la kender se abraza a él, desecha en un mar de lágrimas.


- Eres un estúpido, Eilif ¿Cómo puedes pensar que bromearía con algo así? Tú no lo has visto, tú no lo has visto... se tambaleaba en el camino, caía una y otra vez... ¡Ay, Vardaz! El fuerte Vardaz, ay, ay... ojalá nunca hubiera visto esto, ojalá hubiera perdido yo mis ojos... ¿qué haremos ahora, Eilif? tenemos que ir a buscarlo, pero yo sola no puedo traerlo, y tu pierna...


- Perdóname, pequeña... lo siento mucho, no quise decirte eso... ¿pero como puede ser? ¿quién podría haber capturado a nuestro amigo? ¿mi pierna? ¡al Abismo con mi pierna! Tráeme la cizalla, estoy bien, romperemos la masa y buscaremos a nuestro amigo.



                                             /-------------/


- ¡Vardaz! Estoy aquí, hemos venido a buscarte...


El minotauro levanta la poderosa cabeza, su rostro, bañado por la sangre y las lágrimas se colma de algo parecido al miedo.


- ¡No! ¡Retroceded, es una trampa!


A ambos lados del camino aparecen hombres armados. Y tras ellos una figura a caballo.


- Eilif, Eilif... no has aprendido nada en estos últimos años... sigues siendo el mismo estúpido, la ruina de tus amigos. ¿Has visto al hombre toro? Discúlpale, ahora él no puede verte a ti.


Eilif se gira, se sabe perdido. Veinte hombres los rodean, algunos armados con ballestas. ¿Y ahora?. Se acerca al minotauro, es todo verdad. Dos cortes de cruel acero han reventado los globos oculares, ni siquiera se han vendado las heridas, que aún supuran sangre. El minotauro mantiene la cabeza erguida, sus manos se abren y cierran de forma espasmódica.


- Malditos sean los dioses...


- Maldita sea tu estupidez, humano – repone el minotauro, con voz cansada -. ¿No te dijo nada que emprendiera el camino del norte? ¿creíste que me había perdido? Intentaba alejar a ese malnacido de la cueva. ¿Cómo está tu pierna?


- Bien, yo... ¿mi pierna? ¿mi pierna?. ¿Cómo te han podido hacer esto? ¿qué ha ocurrido?


- Bueno, parece que ese miserable no tiene honor pero sí buena memoria. Aún recuerda cuando deshicimos su pequeño negocio de especulación durante la Guerra de la Lanza. Me encontraron en el mercado, colocaron algo en la comida que me dieron y cuando me desperté estaba en el palacete de ese miser ... ¡aaaggghhhh!


Un virote de acero, procedente de una ballesta se ha clavado en la rodilla del gigantesco hombre toro.


- ¡Malnacido! ¡miserable! ¿por qué no te enfrentas a mí? ¡yo deshice tus negocios hace años! ¡carga con tu maldito caballo si eres un hombre!.


- Ja, ja, ja... ¿por qué, hijo de un ogro y una bruja? ¿no te gusta más así? A mí sí.


El hombre hace una seña, otro de los ballesteros dispara. El hombre toro cae de espaldas, en su hombro destaca el penacho negro de otra saeta. El cuerpo del minotauro se retuerce de dolor.


- Sarrrgasssss...


El humano cae de rodillas. Deja caer la inmensa espada que empuña. La kender solloza abrazada al inmenso pecho del minotauro. Los hombres se acercan al grupo.


- Veo que has comprendido, ahora nosotros...


Eilif se ha puesto en pie con la velocidad de un relámpago. Toma su espada y con un giro de su arma decapita al primer mercenario a su alcance. Sus ojos han virado completamente hacia el rojo, han perdido cualquier rastro de blanco. De su boca, llena de espuma, solo salen inconexos rugidos de rabia, pura como el hielo y destructora como el fuego.


Locura.


Con la precisión de un mortífero ballet el gigante se mueve entre sus enemigos. Su descomunal espada abre un sendero de destrucción entre él y su objetivo, el hombre montado a caballo. Los ballesteros intentan disparar, pero se encuentran inmersos en el grupo y sus disparos solo rozan al hombretón, clavándose en sus compañeros. Una espada corta busca su vientre, resbalando sobre la cota de malla. Un giro rápido, un grito y el pomo de su espada revienta una cabeza pobremente protegida por un capacete de cuero. Dos piqueros se lanzan sobre él. Una rodilla a tierra, un giro bajo los astiles de las lanzas y un salto hacia arriba, la espada hiende un cráneo desde la barbilla, una mano enfundada en un guantelete de malla de acero destroza una mandíbula. Caen cabezas, miembros. Se tajan pechos, vientres. Tras él suena el lúgubre lamento de una vara jupak. Por fin alcanza al jinete, un golpe descomunal con la parte plana de la espada tumba al caballo de costado. Se abalanza sobre el jinete y lo deja sin sentido de un golpe. Cuatro esbirros huyen por el camino de la playa, el hombre toma su arco.


- Uno – La voz no es inteligible, el gruñido apagado de una bestia.


- Dos – Masculla entre dientes, apenas comprensible.


- Tres – Una voz ronca, dura, primitiva.


- Cuatro – Se pone en pie, de nuevo humano.




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El hombre despierta inmerso en una pesadilla de dolor particular. No ve por uno de sus ojos, el pómulo de ese lado está astillado, cada fragmento de hueo se clava en su carne como un alfiler al rojo.


- ¿Conoces la ley minotaura, demonio? Ojo por ojo, diente por diente.


El minotauro espera junto a un brasero donde hay varios hierros calentándose al rojo. El hombre se sacude en los brazos del hombretón, presa del más puro pánico, los ojos desorbitados por el terror más absoluto.


- Llévate a la kender de aquí, hermano. No quiero que vea esto.




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- Sabes lo que debes hacer, hermano. Déjame solo con Cristal, ve a la ciudad a comprar lo que necesitas.


- Vardaz...


- ¡Ve ahora!


- Sí, hermano.






- ¿Qué quieres decir, Vardaz?


El minotauro se gira hacia la pequeña. La poderosa cabeza se inclina hacia ella, manchada por la sangre que ha brotado de sus ahora vacías cuencas. Es una figura espantosa, pero adopta una expresión de inmensa ternura. Su voz adquiere unos matices que olvidó en la infancia, junto a una madre y unos hermanos perdidos en Mithas, al otro lado del mar Sangriento.


- No puedo seguir así, mi pequeña. No veo a mis enemigos. Mi rodilla derecha está destrozada. No puedo andar, no puedo pelear. ¿Qué queda para mí ahora?


- Pero... pero... ¿qué estás diciendo? No... no...


- No lo entiendes, Cristal. Somos criaturas distintas, culturas distintas. No llores, no quiero llevarme como ultimo recuerdo el sonido de tus sollozos. Nos conocemos desde hace mucho, juntos hemos recorrido todo Ansalon.


La kender hace esfuerzos terribles para aguantar las lágrimas. Se levanta corriendo y se lanza contra el hombre toro. Lo abraza. Lucha contra su pena y consigue esbozar una sonrisa, anegada en lágrimas.


- Vardaz... Yo seré tus ojos, déjame llevarte a casa, a Esperanza. Allí son todos amigos, cuidaran de ti...


- Oh, mi niña. Sigues sin comprenderlo. Nadie va cuidar de mí ahora, como nunca nadie lo hizo antes... casi nadie. No sabría como dejar a alguien atenderme, y no quiero aprender ahora. Acabaré con todo ahora, junto a mis amigos. Mejor hoy, que aún conservo mi fuerza, que no dentro de unos años, amargado por dentro y corrompido por fuera. Prométeme una cosa, pequeña.


- Dime.


- Prométeme que olvidarás todo lo que has visto hoy. Olvida al Vardaz vencido y cegado. Recuerda nuestros viajes, recuerda la puesta del sol en Esperanza, las travesías por el mar, el Cristalmir... ¿recuerdas cuando fuimos a Sancrist y visitamos el interior del Monte Noimporta?


- Jah, jah... sí, los gnomos inven.... oh, Vardaz....


Con una ternura infinita el minotauro calla, meciendo con su inmenso corpachón a la kender. En la dorada arena de la playa, frente al mar Sangriento, se mezclan las lágrimas de una kender y un minotauro.



Eilif vuelve dos horas más tarde. La kender, totalmente extenuada, duerme en la playa, arropada por la capa del hombre toro. Ha improvisado una almadía con una barca de pescador, ha levantado una pira sobre ella, derramando aceites sobre las maderas.


- ¿Crees que él me perdonará, hermano?


- Ese dios tuyo no tiene nada que reprocharte, eres el orgullo de los tuyos. A lo largo de Ansalon tu nombre es sinónimo de honor. Vardaz... por favor. Esto no es necesario.


- Eilif, creí que tú mejor que nadie comprendería esto. No puedo seguir viviendo estando disminuido. Prefiero morir aquí por tu mano que atrapado por una vejez enferma y decrépita. Es el mejor favor que podrías hacerme. ¿Quién mejor que aquel que ha sido mi hermano durante tanto tiempo? Yo lo haría por ti.


- De acuerdo.


- Una cosa más. No despiertes a la pequeña hasta que esté colocado en la pira. Se lo he explicado todo, pero no quiero que vea lo que viene.






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Años más tarde, un bardo de la ciudad de Kern contaba una historia por todo Ansalon. En su historia él mismo salía de un bosque cercano a su ciudad natal y descubría una pira inmensa donde ardían los cadáveres de dos decenas de hombres. Recortados contra el fuego se alzaban dos figuras formidables, un humano y un minotauro de enormes proporciones. Ambas en pie, con las piernas abiertas, el minotauro mirando hacia el mar, hacia Mithas, el humano con una espada gigantesca tomada con ambas manos y equilibrada sobre su cabeza. Tras unos instantes de inmovilidad el humano asiente, voltea su arma sobre la cabeza, y decapita al minotauro de un solo golpe.


Porta el cadáver hasta una barca en la que se alza una pira, lo deposita allí y empuja la barca hacia el mar. Vuelve a la playa, donde arde un brasero, llama a una tercera figura, tal vez una niña y le señala la barca, esta le abraza y asiente. El guerrero toma un arco compuesto enorme, enciende una flecha y desde una distancia imposible dispara. Oye el grito desgarrado de dos almas. ¡Tu recuerdo vivirá para siempre conmigo!. La flecha encendida traza un arco de fuego en el ocaso y alcanza la almadía, que estalla en una llamarada de gloria.


Eso es lo que cuenta habitualmente, pero cuando ha bebido y la noche muere para dar paso al alba lo cuenta todo. Que creyó ver, en la niebla del ocaso, como la imagen translúcida de un gigantesco cóndor encerraba entre sus alas contra su seno la barca en llamas.

sábado, 24 de febrero de 2001

Despedida

 

La primera vez que lo vi yacía boca abajo sobre una mugrienta mesa en una sucia taberna de Haven. Estaba completamente borracho, inconsciente, sólo en medio de un charco de alcohol, guiso y vómito. El largo y crespo pelo negro, apelmazado por la suciedad, cubría su cara de forma que en ese momento no pude ver sus rasgos. Parecía una presa fácil para los rateros, pero sorprendentemente conservaba su dinero y su petate, más tarde padre me diría que era porque ya lo habían visto en ese estado antes y que él mismo, cuando advertía que pronto perdería el conocimiento se colocaba unas nudilleras de acero que ya habían dado cuenta, en puros movimientos reflejos, de más de un ladronzuelo.

 

Harald, el tabernero, pidió a Padre que le ayudara a deshacerse de aquella “bestia”. No entendí a qué se refería hasta que mi padre y Khor, el capataz de nuestra granja, se acercaron a aquel hombre para llevárselo. Padre era un hombre fuerte, de seis pies de altura, y el buen Khor aún era más grande y robusto, pero ambos parecían alfeñiques al lado de aquel gigante dormido. Entre ambos lo levantaron cogiéndolo cada uno por un brazo, y fue entonces cuando vi su cara y comprendí a qué se refería el tabernero. Aquel hombre tenía una cara muy peculiar, sus rasgos parecían cincelados en piedra morena, la frente torturada, una nariz prominente y la boca gruesa hacían difícil olvidar su rostro y marcaban una diferencia, una distancia, con todos los que le rodeaban.

 

 

Padre llevó al gigante dormido a la granja en la carreta y lo encerró en el granero. Al día siguiente, acompañados de dos aparceros armados con picas, le despertamos. Seguía tan sucio como el día anterior, pero al menos ahora se sostenía sobre sus dos pies, rozaba los ocho pies de altura. Pude ver sus ojos esta vez. Estaban inyectados en sangre, pero pude ver que tenían un extraño tono azul. Más tarde, al aire libre, comprobaría que en realidad se encontraban entre el azul y el verde, pero que adoptaban la tonalidad de su alrededor. Esa mañana padre y él hablaron durante mucho tiempo. El hombretón parecía confundido, pero padre podía ser muy persuasivo. Años después el propio gigante me explicaría de qué habían hablado. Padre le hizo darse cuenta de su estado, de que llevaba meses bebiendo y provocando peleas. No sabía quien era ni de donde venía, pero el sabio Elistan le había dicho que era básicamente un hombre que había perdido ya la cuenta de las oportunidades perdidas durante su juventud, y que sería bueno ofrecerle una nueva oportunidad. Y la aceptó.

 

Durante toda la primavera y el verano trabajó como tres hombres en la granja. Recuperó su potencia física, el alcohol que había en su cuerpo se evaporó devolviéndole una insospechada agilidad que él creía ya enterrada. Volvió a ejercitarse con sus armas, tenía un arco compuesto gigantesco, que solo él podía encordar, con el que podía lanzar saetas de acero y duro tejo a una distancia y con una puntería increíbles. También tenía una inmensa espada de casi cinco pies de largo que en aquella época, cuando yo aún estaba creciendo, no podía levantar. Y nos sorprendió a todos cuando al volver una noche de Haven trajo una especie de viola que había comprado a unos nómadas. Aquellas inmensas manos suyas, capaces de desmigajar una dura manzana verde o doblar una barra de acero, acariciaban aquel instrumento arrancándole notas capaces de hacer brotar las lágrimas al duro Khor o hacer bailar a toda la granja a sus ordenes. Él fue quien me enseñó a usarla.

 

El verano fue la estación del conocimiento. El gigante reveló los modales de un verdadero caballero de Solamnia. Y los conocimientos de un sacerdote. Algunas noches sus discusiones con Elistan se prolongaron hasta el alba entre puñetazos sobre la mesa y abrazos emocionados. Hablaba poco de sí mismo, aunque le absorbían las historias de los demás, aún las que podían parecer más nimias.

 

Se marchó con el otoño, la estación que siempre asocié a las despedidas.

 

 

 

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Volvió dos años más tarde. Llegó andando, sucio, apoyado sobre un inmenso cayado. Contó que había ganado una fortuna como mercenario durante el año posterior a su partida... y que la había dilapidado en el siguiente. Contó que cuando se dio cuenta de que volvía a perderse en el laberinto del alcohol cogió lo poco que le quedaba, aquellas armas de las que nunca se separaba, algo de dinero y comida, y volvió a la granja. Se quedó durante dos años. Dos años en los que volvió a trabajar como campesino. De tarde en tarde, cuando la sangre se le “espesaba”, como él decía, nos dejaba por unos días, a veces un par de meses. Invariablemente volvía risueño de esas aventuras, más delgado, con alguna cicatriz de más y siempre, siempre, con regalos para todos. Telas, brazaletes, juguetes, anillos... cuando volvía su petate parecía los saquillos de un kender y entregaba sus regalos con la misma despreocupación. Fue en esos dos años cuando llegué a conocerlo. Seguía siendo tan impenetrable como siempre, pero de vez en cuando se abría, sobretodo a Padre y a mí.

 

La noche de las estrellas caídas fue la única vez que me habló de sí mismo durante horas. Era un mestizo. Su padre había sido el producto de la violación de una campesina por parte de un ogro. Aquel niño creció hasta convertirse en un gigante que se estableció como cazador en las montañas Kalkhist junto a una túnica roja que no superó la Prueba, pues había un hombre al que amaba más que a la magia. Él fue el único fruto de aquel matrimonio, sus padres fueron asesinados por una turba enloquecida que acusaba a su madre de brujería y odiaba a su padre por ser un mestizo. Creció hasta los dieciocho años criado por un viejo loco que aseguraba no ser de ningún lugar de Krynn al que siempre llamó Maestro. El anciano lo adiestró en el uso de las armas, construyendo para él su arco y su espada. También le inculcó profundamente el amor por la búsqueda de conocimiento y por la música. Dejó a su maestro a los dieciocho años. La salvaje mezcla de sangres que bullía en su alma lo llevó a la búsqueda de aventuras. Volvió con su maestro a los veintiún años. No estaba orgulloso de todo lo que había hecho. Le asustaba una parte de su alma, una parte que le empujaba a la autodestrucción. Permaneció dos años más con el maestro. En esos dos años, hasta la desaparición de su querido maestro, aprendió a disciplinar su mente, una disciplina que sabía que difícilmente podría llegar a dominar, y encontró un objetivo, la búsqueda de una ciudad santa donde tendrían cura los males de su alma, la ciudad de la que decía venir el viejo loco que era su amado maestro, el que había ocupado el lugar de su padre.

 

Me habló de todos los sufrimientos que había visto entre las gentes de Ansalon a lo largo de sus viajes. Las guerras entre pueblos y razas. Y el mortal cansancio que le invadía al ver todo esto. Había combatido como mercenario. Había matado gentes de todas las razas, en todas había visto la misma estupidez, la misma codicia. Solo respetaba sin excepción a los alegres kenders de dedos ligeros; nunca, por sumido que estuviera en el odio y la bebida le hizo ningún mal a un hombrecillo de esa raza, creía que eran las únicas chispas de luz en un océano de oscuridad, que eran la única razón válida para justificar Krynn.

 

Al final de aquellos dos años se encontraba como enjaulado en la granja. Sabía que estaba a punto de estallar de nuevo, en otoño volvió a irse. En aquella ocasión no se despidió.

 

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Durante los años posteriores no volvimos a verlo, se sumió en la vorágine de los prolegómenos de la Guerra de la Lanza. De tarde en tarde llegaban cartas y regalos a la granja, aunque cada vez más espaciados. Hablaba de sus viajes por Ansalon. Y recomendaba a Padre dejar la granja para partir hacia el sur. Hablaba de una pequeña aldea escondida en las montañas, una aldea construida con refugiados huidos de todo Ansalon. Pero Padre nunca quiso abandonar el producto de tantos años de esfuerzos.

 

 

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La siguiente vez... fue poco después del final de la Guerra de la Lanza. La granja en invierno descansaba. Muchos de nuestros campesinos pasaban los meses de frío en el pueblo. Y una banda errante de draconianos, goblins y otros seres oscuros atacó la granja... aquella maldita noche murió Padre, defendiendo todo lo que era suyo. Y el buen Khor, bendito sea, que se abalanzó sobre las filas de los draconianos con su hacha de batalla para que pudiéramos escapar en la noche. Yo no lo conseguí, hijo mío. Aquellos seres se abalanzaron sobre mí y me llevaron ante su cabecilla. Mientras continuaba el saqueo y la destrucción de la granja el jefe ogro me tomó para sí...

 

Tras arrasar completamente la granja, aquella banda de asesinos y otros errantes derrotados en la Guerra de la Lanza que se les unieron, tomaron el rumbo de Neraka. Si no hubiese estado aturdida por los golpes y las privaciones me habría dado cuenta de que día tras día el número de malvados disminuía. Eilif estaba dando caza al grupo. Había llegado dos días tarde, ilusionado como un chiquillo como siempre que traía sus regalos, solo para encontrarse con la granja quemada y los cadáveres que empezaban a descomponerse de aquellos que lo habían acogido... menos una. Cuando no me encontró entre los cadáveres ni en el pueblo empezó a seguir las huellas de la banda. Mandó llamar a aquellos que habían combatido a su lado en la guerra, gentes tan extrañas como él mismo. Y dos semanas más tarde, de noche, atacó el campamento. Se desató un vendaval sobre la tropa oscura, mágicos rayos azules derribaron a los centinelas, saetas abatían a los goblins en medio del caos... y entró a degüello en el campamento, seguido de los suyos, entre ellos un minotauro aún más grande que él. No vi nada del combate que siguió, el cacique ogro me había dejado inconsciente de un golpe. Cuando recobré el conocimiento estaba recostada contra un árbol, Eilif y los suyos habían hecho una pira gigantesca con los cuerpos enemigos y sus pertrechos, y un poco apartados de ella y siguiendo el lamento de unos extraños instrumentos que sonaban como el gemido del viento en las montañas entonaban una triste canción que hablaba de derrotas, compañeros caídos y esperanzas futuras.

 

Eilif Aglar nos trajo aquí, a Esperanza, aquella pequeña aldea de la que habló a Padre. Somos un pueblo extraño, hijo mío. Los que aquí vivimos pertenecemos a todas las razas de Ansalon. Sabemos lo que significa el azote de la guerra sobre los pueblos. Todos hemos llegado traídos por Eilif Aglar y otros como él, como los que le acompañaron en el ataque a aquella banda asesina. Tal vez esta podría llegar a ser esa ciudad santa que busca, pero no lo creo. Sigue teniendo la misma apariencia de la primera vez que lo vi. Y sigue sin poder permanecer mucho tiempo en el mismo lugar.

 

Aglar, hijo mío, esa es la historia del hombre cuyo nombre llevas. La semilla que te engendró fue la de aquel cabecilla ogro, pero Eilif Aglar es el hombre que se convirtió en tu padre a lo largo de estos años, al menos mientras ha estado entre nosotros. Supongo que es el único capaz de entender esa tormenta que azota tu alma y parece dividirte en dos, te ha enseñado todo lo que ha podido sobre los que son como vosotros. Pronto cumplirás los dieciséis años, y ya eres más grande que cualquiera de tus jóvenes amigos. Eilif me dijo que pronto partirías... y ahora te vas. Dices que tienes que encontrarte a ti mismo y no puedes hacerlo dentro de los límites de nuestro pequeño pueblo... Cuídate mucho, Aglar, hijo mío, que Mishakal, mi señora, vele por ti.

 

 

Jose, 24 de febrero de 2001.