- Había más gente, Eilif, al menos tres comerciantes más, dos de Kern y uno de Valkinord. Habían retomado los negocios de contrabando, pero esta vez a mayor escala, cubriendo la mitad del continente desde aquí hasta Palanthas. Se dice que también suministraban pertrechos a algunas organizaciones oscuras, pero no sé a cuales. Uno de ellos vio a Vardaz en el mercado y temieron que hubierais vuelto como mercenarios llamados por algún comerciante rival para desbaratar su tinglado. El resto ya lo sabes... Se dice que Bar-Vanion ha perdido no solamente la vista sino también la cordura, así que el resto del grupo se ha hecho cargo de sus negocios en toda la costa del mar Sangriento, se reúnen una o dos veces al mes en su palacete y lo organizan todo.
Dos hombres conversan en una mesa apartada de una taberna de Kern, frente al mar Sangriento. El ruido del local garantiza una cierta privacidad. El que habla es un hombre pequeño, de tez oscura, tal vez herencia de algún antepasado ergothiano; de temperamento nervioso, su cabeza se alza a menudo para inspeccionar a los pobladores de la taberna hasta que, satisfecho por la indiferencia del local, vuelve la vista a su interlocutor. Este es un humano de proporciones desmesuradas, de cabello negro y facciones muy marcadas. Su mirada está completamente absorta en el relato de su interlocutor, aunque a ratos también vigila a los parroquianos del local. Y a diferencia de su acompañante se ha dado cuenta de que son discretamente vigilados.
- ¿Estaba todo ese grupo presente?
- Presente ¿cuándo?
La cara del hombretón enrojece y con una rapidez que contradice su envergadura atrapa la mano del hombre que descansa sobre la mesa. Su presa es como un torno de carpintero.
- Tu estúpida forma de buscar más información puede costarte la mano, ratero.
- ¡De acuerdo! De acuerdo, suéltame. ¡Vas a hacer que todos se fijen en nosotros!
- Vamos, contesta.
- Soborné a uno de los nuevos mercenarios que custodian el palacete. Parece ser que no solo estaban presentes sino que la idea de cegar a Vardaz fue del extranjero, el de Valkinord.
Permanecen unos instantes en silencio. El hombretón asimila la información suministrada por el ladronzuelo. Pero falta un detalle antes de decidirse por un curso de acción.
- ¿Y Cristal?
- Como me pediste la embarqué lejos, a Palanthas. Casualmente se encontraba en el puerto un compatriota hijo de una gran amiga de mi madre, verás...
- Al grano, Kinon, ¿es de fiar?
- Completamente. Una vez que ha recibido el pago ni un tifón le impedirá entregar su mercancía o su pasaje.
- Bien. Estaba muy afectada por todo lo ocurrido. Durante el viaje a Palanthas se tranquilizará y si no consigue hundir el barco o que el capitán la arroje al mar cuando llegue ya estará en condiciones de viajar.
- ¿De viajar?
- Sí, quiero que baje a Esp... ¿sabes que eres demasiado curioso? ¿has olvidado lo que te he dicho sobre tu mano?
- Oh, bueno, es mi trabajo, por eso me pagas, ¿no?
Ambos hombres sonríen, mirándose a los ojos y calibrando hasta qué punto pueden confiar en el otro. El más grande pasa un saquillo tintineante al otro.
- Cierto, cierto. Aquí tienes tu dinero, y perdona lo de antes. En el pasado nunca nos fallaste, y tuviste varias oportunidades.
- Digamos que procuro fidelizar a mis clientes. Si os hubiera vendido entonces no me habrías pagado ahora, ¿no?.
- Buena filosofía comercial.
- Un consejo gratis, Eilif. Vete de la ciudad y no vuelvas en unos meses, yo pienso hacerlo.
- ¿Qué ocurre?
- Alguien, creo que una mujer, ha estado preguntando por ti y Vardaz y... y lo que pasó. No sé quien es, se oculta muy bien... Y si es tan hábil como parece ya debe tener mi nombre, así que me voy, dentro de dos días saldrá un convoy rumbo a Kalaman y creo que deberías venir conmigo.
- No, me iré dentro de unos días. Pero volveré.
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“Mañana será el día, Vardaz. Mañana bajaré a Kern y mataré a todos nuestros enemigos, no quedará nadie para decir que un día pudo poner sus manos sobre ti.
“Estoy tan cansado... te echo de menos, hermano... echo de menos a Cristal... le dije a Kinon que la enviaba lejos para protegerla, pero en realidad la envié lejos porque ya no confío en mis fuerzas, no creo que sea capaz de sobrevivir al asalto del palacete de aquel malnacido.
“Tampoco sé si quiero sobrevivir, estoy cansado de tantas luchas sin sentido, de tantas pérdidas inútiles. ¿Qué es lo que me pasa? Pierdo todo lo que toco, no me queda nada desde el día que murieron mis padres. ¿Y tú, dónde estás, Maestro? Solo me quedan tu espada y tu arco. Creo que incluso olvidé tus enseñanzas... He perdido todo lo demás, mis amigos de juventud muertos durante la Guerra de la Lanza... maldita guerra y malditos héroes. Que gran verdad es que la historia la escriben los vencedores... si nos hubiesen hecho caso... pero entregaron el mando a aquella maldita elfa, Laurana. Inexperta, completamente inexperta, su único mérito era ser hija del Orador. Y nuestra compañía abandonada en vanguardia, rodeados por los draconianos y exterminados, solo sobrevivimos el valiente Vardaz y yo... ¿y después?. Ariel y su hermana muertas en el ataque de la Señora del Dragón a Palanthas. Ariel, tú...
“Y Limia, como yo una superviviente nata... caiga quien caiga, aunque el que caiga sea un vulgar soldado... claro que en aquella época yo no era un vulgar soldado, ya llevaba tres años viviendo en Palanthas, enriquecido con el producto de mis viajes. Ahhh, entonces... entonces pude dedicarme a estudiar, a tocar, ¡a vivir, Dioses! Sin guerras, sin sangre, sin grandes tragedias, solo con las pequeñas cosas que adornan la vida de las gentes normales... pero yo nunca fui una persona normal, mi cabeza demasiado llena con las chifladuras del Maestro y mi sangre contaminada con la herencia de padre... ¡Padre!... te echo tanto de menos, a ti y a mamá... el Maestro decía que nunca conoció a dos personas que compartieran un solo corazón... ¡por los dioses!”
El filo de una espada larga sobre su cuello despierta a Eilif de sus ensoñaciones. Un caballero de Takhisis apoya su espada sobre su yugular mientras otro se mantiene expectante, la mano sobre la empuñadura de su arma. Y una figura encapuchada, una mujer probablemente, se acerca entre los árboles. El hombretón intenta incorporarse, la cara aún bañada por las lágrimas producto de los recuerdos.
- ¡Por el Abismo que he de mataros a todos! Saca de ahí esa espada, Caballero.
- ¿Prometéis que escuchareis a la señora y nos dejareis partir en paz? De no ser así me veré obligado a mataros, señor – la voz del caballero, como su cortesía, es fría como el hielo.
- ¡Prometo que te mataré con tu propia espada si no la retiras inmediatamente!
La figura encapuchada se acerca y se dirige al hombretón.
- Te muestras muy poco razonable teniendo en cuenta tu posición... semiogro.
El hombretón golpea con el antebrazo la espada apoyada en su cuello y se pone en pie de un salto. Los dos caballeros de Takhisis flanquean a la mujer.
- Solo busco información, semiogro. Si me dices lo que quiero saber te dejaremos en paz.
- ¿Y si no?
- Si no lo averiguaré de todos modos y te mataremos después. Estás solo y desarmado, a mi me acompañan dos caballeros experimentados y yo misma tengo mis propias... capacidades.
- ¿Qué es lo que quieres?
- Tú eres Eilif Aglar, un mercenario procedente de las Khalkist. Parece ser que tú y tus compañeros os metisteis en líos con una agrupación de poderosos mercaderes de Kern. De resultas Vardaz, un minotauro, resultó cegado y muerto... Me han dicho que tu celebraste el funeral del minotauro. Mi misión es saber quienes hicieron eso al minotauro.
El guerrero permanece en silencio, sus ojos escudriñan la oscuridad de la capucha de su interlocutora sin encontrar nada más que una voz cálida con un acento sureño.
- ¿No dices nada?
- No tengo nada que decir.
- Muy bien, será por las malas, entonces. ¡Capturadlo!
Los dos caballeros se abalanzan sobre el guerrero, con las armas enfundadas, con el ánimo de capturarlo. Van completamente protegidos con su oscura armadura, casco, guanteletes, espinilleras y botas claveteadas, y tienen el mejor entrenamiento en lucha cuerpo a cuerpo que pueden ofrecer los paladines de la Reina Oscura. Pero su rival combatía ya antes de que ambos nacieran. Cuando se le acercan sus antagonistas permite que le cojan de los brazos para a continuación dejarse caer de espaldas, arrastrando a los dos caballeros que sobrecargados con la armadura y la fuerza del guerrero caen de bruces, el hombretón gira en la caída dislocando el hombro del caballero a su derecha, antes de que el otro consiga levantarse ha disparado sus rodillas contra la parte posterior del casco, dejando al caballero aturdido por la potencia del golpe, sangrando por oídos, nariz y boca. Al girarse se encuentra con una imagen extraordinaria, un cono de fuego surge de las manos entrelazadas de la mujer.
El hombretón debería haber perecido en una pira, pero el fuego se disipa sin tocarlo al llegar a su pecho.
- ¡Maldito seas, semiogro! ¿quién te protege?... un momento, ¿Mishakal? ¿cómo es posible? ¿a un semiogro?
- No soy un semiogro, aunque supongo que para alguien como tú eso carece de importancia – la voz del guerrero destila una profunda amargura-. Ya que parece ser que eres una sacerdotisa te recomiendo que cuides de tu compañeros. Tu poder no puede alcanzarme y yo estoy hastiado de tanta lucha. Mañana combatiré por última vez.
- Espera... ¿mañana? ¿en Kern?
- Déjame en paz, te lo ruego.
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Eilif lleva todo el día inspeccionando el palacete, combinándolo con los recuerdos que tiene de su anterior incursión al recinto, hace varios años.
Toma su potente arco y desde las sombras derriba a los dos guardias de la puerta. Comienza a escalar la muralla exterior y accede al interior del recinto, dejándose caer entre las sombras. Inspecciona el patio interior y se encamina hacia la puerta del palacio cuando una explosión lo derriba, dejándolo al borde de la inconsciencia, abrasándole la cara. Se levanta para ver como todo el recinto está en llamas, ardiendo con una llama extraña, azul y cobre, sobrenatural, que parece alimentarse de la misma alma de las piedras. La última imagen que se graba en su cerebro es la de una silueta de mujer alzando sus brazos al cielo y danzando desnuda en medio de las llamas desatadas.
Un cubo de agua sobre la cara lo saca de la oscuridad donde se había refugiado. Ante él la misma figura encapuchada del bosque, con un brazo en jarras y un cubo, ya vacío, en la otra mano.
- Vaya, semiogro, volvemos a encontrarnos. Ahora no pareces tan lejos del alcance de mi poder. Podría matarte ahora mismo. Pero me parece que eso sería hacerte un favor. Creo que tienes bastante con tu pequeño infierno personal.
Levanta la cabeza al oír los silbatos de la milicia que acude para apagar el incendio.
- Creo que te dejaré en manos de la milicia local, necesitaré un chivo expiatorio. Adiós... Eilif.
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Tres días más tarde, Eilif sale de la cárcel, le han entregado todas sus cosas y no es juzgado. Perplejo, sale a la calle.
- ¡Padrino!
- ¡Eilif!
Un joven gigantesco y una kender corren hacia al guerrero. Este se agacha y toma a la kender en sus brazos, abraza al joven.
- Por todos los dioses, Aglar. ¡Cristal! ¿Qué hacéis aquí?
El llamado Aglar ríe mientras abraza al que en un tiempo ocupó el papel de padre para él. Ahora ya ha crecido, la sangre de ogro que corre por sus venas ha dado un tamaño descomunal a sus humanos miembros y ha acelerado su crecimiento.
- Hace cuatro noches madre se despertó sobresaltada, supo que habías recibido un tremendo ataque procedente de un clérigo y que no podía ponerse en contacto contigo. Contactó conmigo en Palanthas, donde me encontró Cristal, y Dunbar nos teleportó aquí. Unos cuantos sobornos y aquí estamos. ¿Qué hacemos ahora, padrino? ¿buscaremos a quien te ha hecho esto?
- Buscaremos mi caballo y nos iremos de aquí, hijo. Tengo muchas cosas que agradecer a tu madre y necesito descansar una buena temporada – el guerrero ríe por primera vez desde la muerte de Vardaz, su compañero, su hermano-. Ahhh, Aglar, volvemos a casa, ¡a casa!.