viernes, 28 de septiembre de 2001

De vuelta

- ¡No! ¡No! Otra vez noooo...


El guerrero cae de rodillas sobre la helada superficie del glaciar, sus puños enfundados en pieles golpean una y otra vez el helado piso, arrancando agudas esquirlas de la maltratada superficie. Un muchacho, un hombre apenas, de rostro curtido por hielos y vientos apoya una mano sobre su hombro.


- Lo siento, Eilif, sé cuanto ansiabas cruzar ese portal... No me ha quedado más remedio que cerrarlo, comprende que ante todo me debo a los míos, si hubieses conseguido cruzar nada se habría interpuesto entre el glaciar y mi gente. Perdóname, volvamos a...


Con un grito preñado de la rabia más pura el hombretón proyecta su brazo hacia atrás, golpeando con el codo el vientre del joven. A ese golpe siguen otros, la tímida resistencia que el muchacho pretendió oponer ha desparecido ante la locura homicida del berserker que ha aparecido en los ojos del gigante. El joven se tambalea, sus pies, inseguros sobre los crampones que le permitían caminar sobre el hielo, dejan de sostenerlo y cae por un sumidero.


Horas más tarde, de nuevo dueño de sí mismo, un exhausto Eilif llega al poblado, portando en unas angarillas a un joven cuya vida se escapa por una fea fractura abierta en su pierna.


- Aquí está tu hijo, anciano – dice Eilif, con una voz colmada de amargura -. Durante un mes, mientras me preparaba para cruzar el portal me oíste hablar de mi necesidad de abandonar este lugar, de encontrar un sitio donde descansar lejos de aquí. Durante un mes has sabido que en caso de que consiguiera abrir el portal tu hijo lo cerraría antes de que yo pudiera cruzarlo. Dime qué me impide mataros a los dos ahora mismo. Dime porqué no debo provocar un derrumbe que borre para siempre este maldito pueblo de la faz de Krynn.


Tras un rápido y experto vistazo a la situación de su hijo, contra lo que podría esperarse el rostro del anciano refleja comprensión, aceptación. Diriase que nada de lo que ha ocurrido, incluida la tremenda ordalía sufrida por su hijo, le sorprende.


- Deja a mi hijo en el interior, Eilif. Pasa tú mismo y te hablaré de mis razones, sé libre después para juzgar el destino que merecemos.


Los tres hombres cruzan el umbral de la cabaña del anciano. Eilif, tomando una calabaza vaciada en cuyo interior se prepara una infusión se aposenta pensativo frente al hogar, mientras el anciano atiende las muchas heridas de su hijo y comienza a contar una historia, su historia y la de los suyos.


“Fue el abuelo de mi abuelo, hace ya más de 300 años, el que fundó por vez primera nuestro pueblo. Digo por vez primera porque dos veces antes de ahora hemos debido abandonar nuestra tierra ante el empuje del glaciar.


“Como te decía, fue el abuelo de mi abuelo el que huyendo con su familia y algunos amigos cercanos encontró estos valles, protegidos del mundo exterior por la extensión del hielo y caldeados por la energía desprendida por una extraña construcción, tal vez un templo, consagrado a labores que desconocemos, pero que albergaba un portal que dedujeron era capaz de cruzar el espacio entre mundos.


“Cuando un ser dotado de la fuerza interior necesaria cruza el portal este desaparece durante un tiempo. Entonces el glaciar, libre de trabas, avanza, y en menos de un año cubre nuestros campos. Al cabo de un tiempo el portal vuelve a abrirse, y el calor que este emana quiebra el glaciar y vuelve a revelar nuestros valles.


“En la memoria de mi familia los dos hombres que llegaron antes que tú con el propósito de pasar más allá eran seres malignos, despreciables, seguidores de creencias que no comprendemos. Pero tú llegaste para ayudarnos, lo hiciste incluso antes de llegar, pues aquella caravana que desbarataste buscaba apoderarse de nuestros secretos.


“¿Quién soy yo para impedir que cruzaras el portal? Quizá el destino quisiese que cruzaras esa puerta, quizá murieras en el intento de llegar hasta ella. Tal vez no tuvieras la fuerza suficiente como para abrirlo... Pero mi hijo es joven, impaciente, no pudo esperar los acontecimientos. ¿Puedes culparlo por intentar conservar las tierras de su familia?


El cuerpo, el rostro de Eilif se relaja conforme oye las palabras del anciano. Sentado ante el fuego, sorbiendo la amarga infusión, diriase que el calor que aquel desprende ha fundido la capa de amargura que helaba su corazón. Las aguas del deshielo fluyen por sus ojos. Alza su voz, sin apartar la mirada del fuego.


- ¿Y yo, anciano, qué hay de mí? ¿Pueden tus palabras explicar quien o qué soy? ¿Por qué mi rostro es distinto del tuyo? – El hombretón calla durante unos instantes-.


- ¿Anciano? – Continúa – te llamo anciano por las arrugas que surcan tu rostro, pues probablemente el número de mis años sea mayor que el tuyo, probablemente el doble, no lo sé con certeza. ¿Puedes tú explicarme porqué no envejezco? ¿Por qué la noche en que perdí a mi maestro mi cuerpo cambió, haciéndome más alto, más fuerte que los hombres normales? ¿Por qué la sangre de ogro que circula por mis venas hace que caiga una y otra vez? ¿Por qué debo permanecer en un mundo que rechaza a los que como yo son distintos?


Abre el jubón de cuero que cubre su torso, revelando un tatuaje en forma de lágrima sobre el pectoral izquierdo.


- Mira este tatuaje en mi pecho, anciano. Me fue impuesto por una mujer consagrada a Mishakal, la diosa que en el lugar de donde vengo trajo la curación a la tierra. Me protege a mí, que tengo las manos tintas en sangre inocente, que he perdido la cuenta de los seres de todas las razas que han desaparecido bajo el filo de esta espada. A mí, que he llevado hasta el borde de la muerte a tu único hijo...


“Tú hijo, que me ha impedido encontrar la ciudad de los mil nombres, la ciudad santa de la que me habló mi maestro y llamó Tanelorn. Un lugar donde las preguntas tienen respuestas, donde no debo explicar a cada paso lo anómalo de mi ascendencia, donde podré ocultar al berserker que vive en mi interior. ¿Puedes tú culparme por intentar encontrarla?


Permanecen ambos en silencio, observando los caprichosos dibujos formados por el fuego.


- Te he ofrecido la hospitalidad de mi casa, Eilif – habla el anciano-. No te culpo... ¿acaso intenté frenarte en tu búsqueda? No era tu destino encontrar esa ciudad en esta ocasión. ¿Qué harás ahora? Sabes que puedes permanecer con nosotros mientras lo desees...


La torturada frente del gigante se frunce, se debate entre el deseo de permanecer en paz en la ciudad y el deber que ha de ser cumplido.


- Tu tierra es muy hermosa, anciano. Me gusta tu pueblo y sus gentes, podría ser feliz aquí... al menos por un tiempo. Pero si he de permanecer en Krynn debo volver con los míos, mañana por la mañana me habré ido. Por favor, discúlpame ante tu hijo.






Al amanecer Eilif comienza el ascenso al cerro que domina la villa. Al llegar a la cima sus ojos vagan por el pueblo, por los campos sembrados, por los cercos donde pasta el ganado.


“Sí, podría ser feliz aquí. De no existir Esperanza, de no estar Aglar y su madre...”


Cabecea con fuerza, borrando de su mente tales pensamientos, buscando la tranquilidad de espíritu necesaria para usar el amuleto que sostiene en sus manos. Un velero, de cuyos costados surgen las níveas alas de un cisne, modelado en el más puro marfil que le pondrá en contacto con el más poderoso de los Túnicas Blancas de Ansalon, Dunbar Mastersmate.


“Dunbar, amigo mío, hermano. ¿Puedes oírme?”


En unos instantes, la voz de un adormilado Dunbar resuena en su cabeza.


“Por el abismo... ¿Eilif? Solinari me asista, ¿eres tú?. No esperaba volver a oírte...”


“Sí, soy yo... vuelvo a Ansalon. Todo ha sido inútil... ¿Qué debo hacer?”


“Separa las alas del barco, Eilif. Cuando así deshagas la figura esta te devolverá al lugar donde te fue entregada, mis aposentos aquí en Wayreth. Hablaremos a tu llegada.”


El guerrero se pone en pie. Con una delicadeza que desmiente su tamaño toma el blanco navío en sus grandes manos, separando las alas del velero. En unos instantes su figura se difumina... para aparecer en los aposentos del adalid de los Túnicas Blancas. Ambos se arrojan en los brazos del otro.


- ¡Eilif! Bienvenido a casa.


- Saludos, Dunbar. A casa...




Los dos amigos comparten una comida mientras Dunbar pone al hombretón al corriente de los últimos acontecimientos en Ansalon. La llegada de la Muerte Bella, el Cónclave, el Oscurecimiento...


- Necesitas volver a trabajar, Eilif – comenta el mago entre nubes de hierba para pipa-. Tengo una misión para ti. Necesitamos información de campo sobre esos llamados Caballeros de Cobre. Quiero que seas mis ojos allí. ¿Conservas las alas del barco? Mientras las tengas contigo podremos mantenernos en contacto. La paga habitual y cuando todo acabe te enviaré a – sonríe -... ese pueblo perdido en el sur.


- Me hará bien volver a concentrarme en algo. ¿Dónde me envías?


- No podré enviarte a ciegas, sin saber qué está ocurriendo allí. El centro de la acción parece ser Solace. ¿Te parece bien la posada delos Héroes de la Lanza? ¿El Último Hogar?


- No hay problema –contesta el guerrero tras unos instantes de vacilación-. Aunque combatí por la luz durante la Lanza, nunca formé parte del círculo más cercano a esos... héroes. Peleé en el ejercito del Áureo General, pero... Bueno, ha pasado mucho tiempo, no creo que nadie me recuerde. Curioso, siempre pensé que era un mal nombre para una posada, ominoso, el último hogar...


-Entonces adelante. Suerte, amigo mío, hermano. Que mi Señor ilumine tus pasos.


- Que él te bendiga, Dunbar. Hasta la vista.


Unas frases arcanas, unos enigmáticos gestos, y el macizo corpachón del guerrero desaparece con todo su equipo, para reaparecer junto al vallenwood que sostiene al Último Hogar.


- ¡ Por el Abismo! ¿Qué demonios...?





28 de septiembre del 2001