domingo, 21 de noviembre de 2004

Uno más uno


Para Priscy y Xabi



Con sus manos fuertes aún, curtidas de viento y mar, Bojji, el imponente anciano, quiebra las ramas que han de alimentar el hogar, encendiendo la chimenea que caldeará el comedor de la pequeña fonda. Fuera de temporada, el comedor está casi vacío, solo hay dos parejas del pueblo, amigos de tiempo atrás, que suben hasta la fonda los días en que la nostalgia por el mar aprieta y exige encontrarse con los compañeros de antaño a compartir vinos e historias. También, sentada junto a su mujer, Erla, está Brigitte. La joven que con el paso del tiempo ha llegado a ser la hija que nunca tuvieron. Pasa esta una semana en Husavik, despidiéndose antes de partir a tierras más cálidas para acabar sus estudios.


Acabada la cena se aproximan todos al fuego buscando el calor que invita a las largas charlas de esas noches sin clientela. Los fuertes brazos del anciano rodean el menudo cuerpo de su mujer y mientras susurra en su oído palabras tan dulces que desmienten su aparente tosquedad busca con la mirada a la joven. Esta bromea con Steffan, ahora capitán de barco, antaño marinero con Bojji, cuando ambos, bajo el mando del abuelo de Brigitte, cazaron la ballena alrededor del mundo. Antes de que Erla llegara y desafiara a la mar. Y venciera, reclamando para si el botín. Los suspicaces ojos del anciano estudian a la joven. Acaba de romper con una relación desastrosa, quizá no es el mejor momento para partir tan lejos, sola y sin amigos. O quizá sí. ¿Qué hay más allá del mar? ¿Quién puede decirlo? Meditan los ojos azul celeste del anciano, mientras acomoda a Erla en su regazo y busca en sus innumerables bolsillos un poco de tabaco. Alcanza en una repisa junto a la chimenea una cajita donde descansa una larga pipa de caña. Pone en orden algunas ideas mientras con unas largas tenazas extrae un tizón incandescente del fuego. Los ojos de Erla se elevan al cielo mientas se quita de encima algunas chispas, sonríen los que les rodean, tanto teatro es sin duda el preludio para una de esas historias que le gusta contar a Bojji, viva imagen del Viejo del Mar.


- Dime, Steffan, ¿cuánto suman uno más uno?

Sonríe el interpelado. Las historias de Bojji siempre empiezan con una pregunta chocante, buscando un pie para la historia que se dispone a contar. Así era en los tiempos en que estaban embarcados, cuando el anciano, un joven titán entonces, captaba así la atención de sus compañeros… y humillaba inmisericorde a aquel tan torpe como para no dar una buena respuesta. Pero Steffan ya conoce esta historia.


- No siempre son dos, maestro. A veces, si la vida te sonríe, es algo más.


- Cierto, cierto – sonríe a su vez el anciano, señala a la joven con su pipa -. Dime, Brigitte, tú que has estudiado y que vas a cruzar el mar para estudiar aún más. ¿Puedes decirme porqué? ¿Por qué es a veces algo más?


- Me temo que no – contesta Brigitte siguiendo el ritual que todos conocen, modulando su lenguaje para entrar en la historia -. La escuela no lo enseña todo, a veces el mar… ¿Puedes tú decirme cuanto suman uno más uno?


- Puedo, jovencita. Escuchad todos…


“Se dice que cuando aún no había comenzado la cuenta de los días, cuando los dioses aún no caminaban por la tierra y el Padre de Todo, solitario y satisfecho con su creación, reinaba todavía, existía una raza de seres fuertes como colosos, de una perfección tal que hacían palidecer la belleza de todo lo que les rodeaba en aquel mundo joven todavía, tan hábiles que nada estaba lejos de su alcance y capacidades.


“Pero el Creador, el Padre de Todo, fue asesinado por sus hijos en cumplimiento de la una antigua profecía. Asesinado por sus propios hijos, ambiciosos y nada dispuestos a esperar la eternidad para recibir aquello que, se les antojaba, era suyo por derecho. Sus tres hijos, pues, lo mataron y se repartieron su herencia. El primogénito, el más fuerte y capaz de los tres, el instigador del asesinato, reclamó la parte del león, y se apropió de los cielos y la tierra. El segundo hijo, menos fuerte que el primero, el más parecido en modos al padre, arrepentido ya de la enormidad cometida, tomó los mares, los lagos y todas las aguas que corren. El tercero, el más joven, el más débil, fue despojado por su hermano y forzado a tomar un reino minúsculo. Un reino entonces pequeño pero que con el tiempo llegaría a ser el más grande, la tierra de los muertos.


“Los jóvenes dioses se dispusieron a tomar el control de sus nuevos reinos, pues tenían ansias de dominio y de gobernar a aquellos que se les antojaban inferiores a ellos. Pronto el primogénito encontró a aquellas maravillosas criaturas, y tuvo miedo, él, que había desafiado al Padre de Todo. Miedo y celos, y envidia y codicia. Miedo por la fuerza de aquellos seres que quizá podrían volverse en su contra, pues según su entendimiento la fuerza solo le vale al fuerte para despojar al débil. Celos de su deslumbrante belleza, mayor que la de los dioses, sin parangón en el reino nuevo. Envidia de sus capacidades, de su habilidad. Codicia de todo lo que, en su beatitud, habían construido y aún habían de construir.


“Se reunió con sus hermanos e intentó atemorizarlos. ¿Acaso no habían derribado ellos a su padre? ¿No habrían de derribarlos a su vez estos seres, de tal fortaleza, a ellos? Pero quedó solo. El menor, lleno de resentimiento por el reparto que había llevado a cabo su hermano rechazó la idea de ir a la guerra, pues solo debía sentarse y esperar, fuese cual fuese el resultado de la guerra su reino se haría más grande y dudaba que aquellas criaturas, tan dichosas sobre la tierra, pretendieran robarle el reino de los muertos. El mediano, contrito aún por la muerte del padre, se negó a ir a la guerra, y aceptaría aún ser derrocado como pago por su crimen.


“Ciego de ira, rechazado por sus hermanos y temeroso de su reino el mayor de los hermanos reunió un ejército entre los habitantes del Reino. Y, dominador como era del arte de la traición, pues a traición atacó al Creador, sin previo aviso alzó a las bestias de la tierra y los cielos contra aquellas criaturas. Garra, pico y marfil atacaron sin tregua. Como no era suficiente lanzó seísmos y huracanes, creó fríos devoradores y calores sin medida contra aquella raza.


“No debía quedar uno para señalar sus imperfecciones, solo él podía quedar como espejo de virtudes. Así que atacó con saña, cazó uno a uno a aquellos maravillosos individuos y los forzó a retirarse ante un poder que no podían combatir. Asediados, hostigados, sin poder comprender, en su nobleza, el motivo por el que eran atacados, se defendieron con los medios a su alcance de la ira del Dios Mayor.


“Incapaces de imponerse a la fuerza combinada del cielo y la tierra, pero demasiado fuertes a su vez como para ser completamente derrotados, pidieron una tregua. Accedió el dios, y con ellos se reunió en la gran llanura ante la Puerta del Sol, donde desde todas las esquinas del mundo habían sido arrinconados. Solo pidió que todos estuvieran presentes sin excepción, pues a todos ellos quería dirigirse.


“Aquel fue el día en el que el Dios Mayor, señor por traición, cometió su segundo y quizá mayor pecado, haciendo del mundo un lugar más triste y pequeño. Porque cuando los hubo reunido a todos levantó un cerco de montañas contra ellos, con el fin de que ninguno escapara de aquella planicie. Arremolinó frente a ellos a los cielos, desatando una tormenta cruel y un frío sin parangón con el fin de exterminarlos. Pero tal era la fuerza y la capacidad de aquellos seres que ni por la tormenta ni por el frío resultaron vencidos.


“Frustrado, el Dios Mayor decidió ser más cruel y aumentar así su infamia. No podía vencerlos mientras mantuviesen toda su fuerza, así que decidió dividirla. Usó de todo su poder, y por la fuerza del rayo uno a uno los fue dividiendo y, aprovechando su desconcierto arrojó cada mitad lejos en el tiempo y el espacio. A una mitad la llamó mujer y a la otra hombre, y los condenó a no estar satisfechos el uno sin el otro, y a buscarse sin cesar a través de la distancia y las eras.


“Pero nada puede torcer la voluntad de estos seres. Ni la traición o la voluntad de los dioses pueden torcer el anhelo que sienten por volver a ser uno. Y así, a veces, las dos partes que forman estos seres se unen de nuevo, trayendo a este mundo la gloria de los tiempos de antaño, iluminando la tierra y haciéndola más grande y hermosa.


Se reclina sobre la silla, satisfecho al haber captado la atención de sus amigos, y al ver bailar de nuevo una sonrisa en los ojos de Brigitte.


- Es así que uno más uno es mucho más que dos. Y que está en la mujer y en el hombre el buscar al que ha de hacerlo más grande, incluso cruzando el mar como vas a hacer tú, Brigitte.



Hondarribia – Esplugues del Llobregat, 21 de noviembre de 2004.