jueves, 3 de mayo de 2007

El viaje


Para mis niñas


- ¡No, aún no! Que vaya Karla, a la cama. Yo soy mayor, puedo quedarme un rato más, siempre me quedo un rato más...

La pequeña Karla se ovilla en el regazo del gigante pelirrojo que la sostiene. Intentaba allí, mientras combatía el sueño, pasar desapercibida. Pero no ha podido escapar del ojo vigilante de su madre. Y además Brigitte la ha colocado en el centro de la atención del grupo. Sus padres, los amigos de sus padres, la buena Erla, todos fijan sus ojos en ella mientras sonríen. Pero los brazos de Bojji forman un círculo protector en torno suyo, apoya la rubia cabeza en el hueco del codo del maduro gigante.

- Ahhh, Brigitte, ¿dejarás que Karla se vaya sola? ¿Acaso dejarías sola a tu propia hermana? - truena la voz del coloso, mientras se pone en pie, protegiendo aún entre sus brazos a la chiquilla.

Brigitte ríe, Karla ríe, todos ríen menos el gran Bojji, que sigue simulando indignación. Todos reconocen la “voz de las Eddas”, la voz grave que Bojji imposta cuando se dispone a narrar una de sus historias. La voz que se llena de los matices que aprendió a domar de joven, a bordo de un cazador de ballenas.

- ¡Brigitte! ¡Vergüenza! Pero yo te digo que te acostarás ahora. ¡Lo quieras o no!

Lanza a la pequeña Karla sobre los brazos de un sonriente Steffan, uno de los amigos de la familia. Con una velocidad que desmiente a su tamaño y su edad se abalanza sobre la niña, que se retuerce entre sus brazos presa de la risa. Las manos de Bojji buscan sus cosquillas, Brigitte se desploma entre carcajadas.

- ¡Ah, desdichada! ¡Huye, huye! Pero no podrás escapar de mis manos. ¡Corre, corre, Bojji te sigue! - grita alzándose sobre la pequeña, señalando con gesto trágico la puerta de la fonda.

Riendo todavía Brigitte escapa, mientras Bojji se tambalea tras ella como un trasgo borracho. Salen uno tras otro al exterior, pero una vez fuera acelera el paso y captura rápidamente a la niña. Con la diestra la levanta del suelo, se la acerca al pecho.

- ¡Ya eres mía! Aún pasarán muchos años antes de que puedas escapar de mí, pequeña.

- No quiero irme a la cama, Bojji, aún es temprano – contesta entre pucheros la pequeña.

- Ah, mi niña, pero no siempre podemos hacer lo que queremos. ¿Quién cuidará de Karla esta noche, mientras yo no puedo hacerlo. Ella confía en dormir con su hermana. Con mi valquiria, mi Brunilda...

- Tú nos cuidarás, Bojji.

- Sí – una manaza curtida de mares revuelve mechones rubios, enreda los dedos entre el cabello -. Pero antes tenemos que hablar los mayores. Cosas grandes de gente grande. Cosas... Tú serás mi centinela en lo alto de la fortaleza, Erla os ha preparado la habitación del rayo de luna. La luna esta casi llena, mi niña. La claraboya ilumina la cama y…

- Bueno... ¡Pero nos contarás un cuento!

Juntos entran de nuevo en la fonda, al comedor donde arde el fuego y los amigos esperan. Resuena de nuevo la voz de las leyendas antiguas.

- ¡Ah, amigos míos! Tendremos que esperar un poco para nuestro cónclave. Porque la pequeña Brunilda ha ganado de este pobre viejo una prenda. ¿Y quien sería yo si no pagara lo perdido? ¡Vamos, Karla, Brigitte! ¡En pie, arriba, arriba! ¡Hasta donde acaba el castillo la luna está al alcance del brazo! ¡A la habitación de la claraboya!

Riendo, atropellándose la una a la otra, las niñas suben corriendo las escaleras que llevan a los dos pisos superiores de la fonda, donde están las habitaciones. En el segundo piso hay solo tres habitaciones, y una de ellas tiene una claraboya por la que en estas fechas la luna derrama su plata sobre una enorme cama, vieja, grande, cubierta por un dosel blanco.

- ¿Y cuál será hoy nuestra canción, mis niñas?

- ¡Una nueva! - casi grita Brigitte.

- Una historia de viajes – musita somnolienta Karla.

Medita unos instantes el gigante, mientras se tiende en la cama junto a las pequeñas. Su mirada vaga por la habitación. Demasiadas veces ha cantado a la luz de la luna, busca algo nuevo. Vuelve la vista a las pequeñas, que aguardan sonrientes. Expectantes. Teme la conversación que le espera abajo, esas razones, esos negocios que nunca ha entendido, que no comprende y que no quiere comprender. Solo ha entendido la caza en el mar. Y a Erla. Un hombre no precisa de más. Quizá tarde mucho en volver a ver a esas niñas que él, que no puede tener hijos, considera casi como suyas. Rápido para la emoción, sus ojos se empañan y aparta la vista. Su mirada descansa en un barquito de papel. Uno que las niñas hicieron hace unos días, y que Erla, como ha hecho con tantos otros recuerdos en toda la casa, ha dejado sobre una repisa.

- Mis pequeñas... - le traiciona de nuevo la idea de que puede tardar años en volver a verlas. La voz le tiembla apenas un instante. Las niñas creen que es un efecto más para comenzar la historia, se arrebujan en la cama, esperan. Se repone el gigante.

- Mis pequeñas, ¿recordáis las historias de los barcos dragón? ¿Aquellos barcos que zarpaban de los fiordos en el norte helado? Cada vez más lejos, haciendo con cada singladura más grande al mundo, burlando monstruos y peligros, llegando a las playas de perlas que guardan los elfos...

“Una vez zarpó un barco, del más oculto de los fiordos, un fiordo que se hallaba tan al norte que no aparece en las historias que nos han llegado de aquellos tiempos. No era uno de los poderosos barcos dragón, pero era un buque hermoso, de líneas esbeltas y rápidas. El más bello navío que construyeron las manos de los hombres del norte. Tan hermoso que no le pusieron nombre, recibiría su nombre cuando llegara a su destino. Tan bien construido estaba que casi no necesitaba tripulación. Tres personas se bastaban para gobernarlo, y solo tres lo tripularon. Dos mujeres, dos hermanas se adelantaron para surcar el mar en el navío, pero no dijeron sus motivos, lo declararían cuando llegaran a su destino. Eran estas mujeres las hijas del jefe del poblado, los retoños más bellos que jamás diera el norte al mundo, de ojos claros como la mañana y cabellos tan rubios como los mares de trigo que se mecen al viento en el sur.

Calla el bardo unos instantes, sabe cuando buscar una pausa, que aprovecha para ordenar sus ideas. Y para dejar a las dos pequeñas sumergirse en la descripción de las dos hermanas en las que se han reconocido. Rebullen las niñas en la pausa. Ríe bajito, satisfecha, Karla. Brigitte se abraza aún más a la almohada, los ojos brillantes. Se han visto tantas veces en los cuentos de Bojji, tantas veces dos hermanas protagonizan sus cantos que apenas pueden contenerse para saber algo más. Pero conocen las reglas, y saben que esa pausa es el privilegio del narrador. Pero también saben que, a veces, conviene entrar en la narración con una pregunta inteligente.

- ¿Bojji?

- ¿Pequeña?

- ¿Quien era el tercer tripulante?

- Ahhh, el tercer tripulante. El tercer tripulante... era un viejo capitán de barco. Un capitán de barcos dragón que hastiado de violencias se había retirado del mar. Pero un juramento lo mantenía junto a la costa, y cuando las dos hermanas anunciaron que embarcaban, él se adelantó a capitanear la nave. Cual era la naturaleza de su juramento, se sabría al llegar a su destino.

“Zarpó la nave del puerto, dejando atrás el fiordo. Navegaron durante semanas, durante meses. Islas llenas de tesoros ignoraron, pues los impulsaba la necesidad de llegar a su destino. Se enfrentaron al frío extremo, donde enormes osos blancos se enseñoreaban de las costas. Se enfrentaron a calores sin medida, donde los hombres negros levantan sus torres de marfil junto a las desembocaduras de los ríos. Se enfrentaron a los terrores de la noche... Pero debían llegar al final de su viaje.

Bojji se levanta de la cama, no le gusta donde le está llevando el cuento. Sabe que todos los cuentos están escritos, que solo esperan a que alguien les de forma y los traiga al mundo, donde deben ser cantados. Pero teme el final del cuento. Poco a poco se dirige a la puerta de la habitación.

- El embrujo de las sirenas no los desvió de su rumbo, de su destino, del final del viaje.

Ha alcanzado la puerta. La cruza apenas. Su silueta se recorta contra la débil luz del pasillo. Su voz vacila.

- A monstruos sin cuento se enfrentaron. Tocaron todas las costas, surcaron todos los mares. Tempestades que levantaban olas gigantescas, calmas que dejaban la superficie del mar como un espejo, todo los empujaba al final del viaje...

Se quiebra al fin la voz del hombre, no puede mantener la impostura de la voz. Habla ahora con su propia voz, las dos hermanas no pueden ver su cara, las lágrimas que asoman a los ojos del gigante.

- ... el final del viaje...

Calla, y comienza a entornar la puerta.

- Bojji – susurran las dos hermanas desde la cama que baña de plata la luna –, el final del viaje. ¿Qué ocurre al final del viaje? No has acabado el cuento.

Se apoya Bojji en la pared junto a la puerta, la cabeza hundida en el pecho. El final del viaje. No se atreve a asomarse de nuevo a la habitación, duda de poder mantener la entereza, y no quiere bajar al comedor, donde le espera una conversación que no quiere mantener. Los padres de las niñas han venido para despedirse, para comunicar a sus amigos que el padre ha recibido una oferta de una empresa inglesa. Quizá la acepten, aún no lo han decidido. Pero entonces deberán ir a Londres. Vivir allí. Lejos de casa.

- Bojji...

Apenas un susurro. Las niñas esperan. El final del cuento, el final del viaje. Se rebela. Quizá sus niñas se vayan, quizá no. Pero no importa el destino, importa el camino. Se gira, se sitúa en el marco de la puerta, los fuertes brazos se apoyan en la parte superior del marco. Recupera la voz, la fuerza, habla de nuevo el bardo.

- Este viaje, niñas, no acabará nunca. Este cuento no tiene final.



Esplugues, 3 de mayo de 2007.