domingo, 10 de junio de 2001

Hermano

- ¡Malditos! ¡malditos! ¡a mí, a mí! ¡a mí la Guardia! ¡han herido al Senescal!

Harsil, capitán de la Guardia del Rey, cubre con su cuerpo a su señor. Tiembla de ira mientras la sangre de Faramir, Senescal de Gondor, tiñe de rojo sus manos, mezclándose con la suya propia. Cabalgaban por las estribaciones de las Ephel Dúath, en visita de inspección de las nuevas torres de centinela levantadas en la cara este cuando una lluvia de flechas se abatió sobre la vanguardia de la comitiva, donde el joven Faramir conversaba con sus guardias.

Perdido entre la niebla, espada en mano, avanza Faramir, hijo de Denethor, Senescal de Gondor. No recuerda como ha llegado hasta aquí, solo sabe de su cansancio, de un agotamiento del alma y los sentidos que embota sus emociones. Dos años. Ya han pasado dos años desde que, a un precio terrible, el poder de Mordor se deshizo como un castillo de naipes. Dos años extenuantes que han minado sus fuerzas, su carácter. Solo en la tarea de reconstruir Gondor mientras el rey Elessar trabaja en el norte, levantando de la nada el reino de Arnor. Solo, pues Eowyn, su esposa, ha partido hace dos meses a su señorío de Ithilien, para descansar, para examinar en soledad sus propios sentimientos, ambivalentes, hacia las figuras del Rey y el Senescal de Gondor.

De nuevo en la mañana suenan los gritos del fiel Harsil, que agazapado sobre el cuerpo de Faramir ve como unas sombras se mueven en las cornisas cercanas, ¿asesinos a sueldo? ¿un comando haradrim? ¿restos del poder de Mordor?. De su caído caballo toma su cuerno de batalla y hace sonar unas notas, limpias, prístinas, que desde hace dos años en todo Gondor significan una petición desesperada de ayuda y un desafío.

“¿Qué ha sido eso? ¿un cuerno? La llamada de auxilio de Gondor... No... no puede ser... mi señor Elessar me dijo que colocaron el cuerno de Gondor junto al cadáver de mi hermano... mi hermano... mi querido hermano...”

La llamada del cuerno ha sido escuchada. Como un relámpago llega la guardia del Rey, que solo ve un montón de cuerpos caídos donde debía estar la vanguardia... junto al Senescal. Los semblantes se desencajan de rabia, las manos que aferran las espadas desenvainadas tiemblan de pura furia mientras el color de sus nudillos vira al blanco. El jinete que marcha a la cabeza, alto, de larga cabellera oscura, se coloca de pie sobre los estribos para mejor observar lo ocurrido y ve como se abalanzan sobre los caídos multitud de figuras vestidas de negro, quizá para rematar a los heridos, tal vez aún haya esperanza...

- ¡A muerte! ¡a muerte, hijos de Gondor! ¡que no quede un solo enemigo vivo para contar lo ocurrido en este día maldito!

Con la disciplina aprendida a lo largo de años de duro entrenamiento los guardias adoptan instintivamente una formación en cuña y se lanzan contra su enemigo, que está a punto de alcanzar los despojos de la vanguardia.

Una sola figura se alza en desafío entre los cadáveres, portando el uniforme negro y plata de capitán de la guardia del Rey. Hace sonar una vez más su cuerno.

- ¡A mí, Boromir! ¡a mí! ¡el Senescal aún vive!

“¿Boromir? Sí, Boromir, mi querido hermano... mi cabeza, estoy tan cansado... ¿dónde estás? ¿dónde está padre? ¿dónde están los gigantes que antaño guiaron Gondor?... yo solo soy un hombre, necesito de tu fuerza, de tu tesón... ¿de donde viene ese sonido? De nuevo oigo el sonido del cuerno de Gondor... Boromir... así sonaba tu cuerno la noche de junio que perdimos Ithilien, clamando a los dioses por una ayuda que no había de llegar. Tú y yo, combatiendo juntos, fuimos los últimos en abandonar la ribera sur. Salvaste mi vida, minutos después de que yo salvase la tuya. Creo que fue la última vez que te vi llorar, la última vez que te abandonaste, desconsolado, al abrazo de tu hermano, como cuando éramos niños...”

Los jinetes alcanzan a los caídos y los rebasan, como una ola furiosa se estrellan contra sus rivales, desintegrando sus filas, poniéndolos en fuga. El jinete a la cabeza, el llamado Boromir, envía en su caza a la mayor parte de las tropas, mientras él mismo, con diez guardias seleccionados retrocede hasta donde yacen los caídos. Harsil se lamenta.

- ¡Ay, ay! ¡ay de mí! ¿qué le diré a la señora Eowyn? ¿qué le diré al señor Elessar? Mira Boromir, una de las flechas se ha alojado en su vientre, otra le ha golpeado la cabeza de refilón, pero la herida es fea...

Faramir continúa avanzando entre la niebla, comienza a reconocer su entorno, aunque en un mundo oscuro, no bañado por la luz del sol. Se encuentra en un lugar semejante al Amon Hen, más allá de los saltos del Rauros, donde cayó su hermano. Alcanza el lugar del deceso y encuentra el túmulo que el rey Elessar ordenó levantar en su honor. A sus pies hay un ramo de flores amarillas, frescas, de una fragancia que le hace olvidar su cansancio y el dolor que le lacera la cabeza. Toma el ramo, y comienza a leer la inscripción que han dibujado dos manos, quizá las de dos hobbits.

Oye el ruido de los cascos de un jinete y se vuelve para mirarlo, la espada en la mano, en posición defensiva.

El jinete, completamente vestido de cuero negro, cabalga en uno de los grandes caballos de Rohan. Un yelmo ciñe su cabeza, una negra melena, ondeante al viento, cubre unos hombros anchos. En su diestra porta algo que hace que la cabeza de Faramir estalle, plena de furia. El jinete lleva el cuerno de Gondor.

- ¡Tú! ¿Cómo te atreves a reclamar para ti lo que en justicia pertenece al mayor de la casa de Denethor? ¿Dónde robaste ese cuerno? ¿Dónde encontraste el cadáver de mi hermano?

Ante él el guerrero permanece inmóvil, impenetrable su expresión tras el decorado yelmo. Desciende del caballo mientras comienza a extraer lentamente su espada. Dos ascuas al rojo brillan en los ojos de Faramir.

- Sea. Antes de matarte me dirás donde encontraste ese cuerno.

Su rival asiente mientras adopta una posición defensiva, siempre en silencio. Faramir se lanza sobre él.

Harsil y Boromir se afanan sobre el cuerpo del caído, los otros guardias atienden a sus compañeros heridos.

- Boromir, coge a dos hombres y talad algunos arbolillos jóvenes, hemos de llevar a los caídos al refugio de una de las torres. Montaremos unas angarillas, tal vez sobre ellas el Senescal sobreviva al viaje.

El combate se prolonga, el antagonista de Faramir parece conocer todos sus movimientos, desvía sus ataques sin dificultad, y lanza los suyos como lo haría un profesor de esgrima, probando, midiendo, buscando puntos débiles. De repente se lanza a fondo buscando las piernas de Faramir con la punta de su espada, este intenta una parada baja, movimiento que aprovecha el contrario para golpear su mano con la parte plana de su espada y desarmarlo. Le coloca la espada en el cuello.

- He sido vencido. Una última cosa te pido. Dime dónde encontraste el cuerno de Gondor. Dónde encontraste el cadáver de mi hermano.

El jinete ataviado de negro asiente, retrocediendo dos pasos. Envaina su espada mientras lentamente, con ambas manos retira de su cabeza el yelmo. Bajo él, enmarcado por una cabellera negra, aparece un rostro noble, orgulloso, y unos ojos grises tristes, solemnes, se clavan en Faramir.

- Este cuerno me fue entregado por mi padre al nacer... hermano.

La sangre ha huido del rostro de Faramir. De su boca abierta solo salen sonidos inarticulados, silabas que pretenden formar una pregunta. Está paralizado. Una sonrisa se dibuja en el rostro del mayor de los dos guerreros.

- No me mires así, no es culpa mía que nunca aprendieses a parar esa estocada, hermano, la Torre es testigo de que lo intenté. ¿No le vas a dar un abrazo a tu hermano mayor?

Faramir se abalanza sobre su hermano, la cara llena de lágrimas.

- Hermano, ¡estas vivo!. ¿Qué demonios haces en esta tierra oscura? Vuelve conmigo a Gondor.

Lentamente Boromir deshace el abrazo. Mira a su hermano a los ojos.

- No, hermano. Como te explicó Trancos caí junto al Rauros. No volveré a ver el amanecer desde lo alto de la Torre de la Guardia.

- ¿Entonces soy yo el que ha muerto?

- No. Estás vivo, pero muy débil. Tu cuerpo, herido, permanece en las montañas de la sombra, inconsciente y al borde de la muerte. Tu mente vagaba sin rumbo y por la gracia y el poder de algunos amigos te he encontrado aquí, en el Sendero de los Sueños. Sentí tu presencia en el Sendero, e hice sonar mi cuerno para que pudieras acercarte a mí. No sé como explicarte la existencia de este sendero. No tengo ni las palabras ni el conocimiento, pero estoy seguro de que la Estrella de la Tarde podría explicarte su existencia, me consta que a través de él ha hablado con sus mayores. Probablemente Padre tuviera noticias de él, también, quizá entre sus escritos...

- ¿Padre? ¿Está aquí también?

El mayor de los dos guerreros calla unos instantes, incómodo.

- En cierta forma también está aquí. Le hablé de tu llegada, pero no ha querido venir.

Los hombros de Faramir se encogen, golpeado por estas palabras. Boromir se da cuenta de su reacción y se apresura a explicarse.

- No, hermano. No es lo que temes. Padre sabe de lo ocurrido en Gondor. El tiempo no transcurre aquí igual para todos, y me temo que para él ha pasado en demasía. Pero aún sigue avergonzado por lo ocurrido en la Torre en los últimos días, y teme no ser digno de tu perdón.

- ¿Mi perdón? Y yo temía no ser digno de su recuerdo...

- Sabe que te considera el más grande de los senescales desde Mardil el Fiel. Eres el orgullo de los tuyos, hermanito, ¡Faramir, hijo de Denethor, Senescal de Gondor!.

Ambos pasean por la colina, sin rumbo, a veces hablando atropelladamente, interrumpiéndose el uno al otro como durante una infancia disfrutada hace mucho tiempo, otras veces se limitan a deambular en silencio, compartiendo el placer de la mutua compañía.

- ¿Sabes de todo lo ocurrido?

- Sí. El poder de Gand... de Olorin, ¡por mi diestra que nunca lograré acostumbrarme a ese nombre!, es grande, puede recorrer el Sendero a su antojo. Y poco después de su salida de Gondor vino a buscarme y me contó todo lo ocurrido. Me hizo ver lo que pasó... y lo que podía haber pasado...

- ¿Si hubieses tomado el Anillo?

- Sí... y no. Había varios futuros posibles. Podría haber un señor oscuro en Gondor, tal vez padre, tal vez yo. Una Dama Oscura... Ví un futuro en el que el propio Gandalf, al verlo todo perdido, reclamaba para sí el Anillo. Saruman. El propio y buen Frodo. El Ojo... tantos, lamentablemente..

- Lo vamos a perder, Harsil.

- Estamos a punto de llegar a la torre, allí podrán ocuparse de él mejor de lo que podemos hacerlo nosotros.

Los dos hermanos, en su paseo, han llegado hasta los verdes prados de Parth Galen, Faramir habla de su situación actual, del cansancio vital que le acosa en la tarea de reconstrucción de Gondor.

- ¿Puedo quedarme aquí una temporada, hermano? Aquí podría descansar, retomar fuerzas antes de volver a casa... y a Eowyn

- ¡Harsil! Está muy pálido, no creo que consiga llegar, ha perdido tanta sangre...

- Cabalga veloz como el viento hasta la torre, Boromir. Cabalga y pide en la enfermería todas las hojas de athelas que tengan, tal vez así consigamos detener la hemorragia. ¡Cabalga!

- Mi muerte era inevitable, hermano, pero no lo es la tuya. Si te abandonas, si dejas de pelear, morirás sin alcanzar las metas para las que estabas destinado. Como un hombre sabio dijo en una ocasión, “no lloramos la muerte de los que caen alcanzando su destino” – el guerrero ríe-. Es lamentable, pero tuve que morir para alcanzar algo de sabiduría... ¿y tú, que eres sabio, te refugias en la inconsciencia? Vuelve a casa, hermano. Aún no ha llegado el tiempo de que volvamos a encontrarnos. Vuelve a tu señorío de Ithilien. A hacer grande de nuevo a Gondor. Te esperan tu señor y tu esposa... y alguien más...

- ¿Qué quieres decir?

- No puedo decirte nada, hermano, pese a que no creo que recuerdes nada de tu estancia en el Sendero. Pero estando aquí veo cosas del futuro y del pasado, y a veces consigo vislumbrar a aquellos que más amé estando en la tierra... y en ella a la que en mi memoria fue la más grande de las ciudades mortales.

- Mira, Boromir, las athelas hacen su efecto. Su rostro se ha distendido, y de nuevo su respiración es normal.

Una bruma empieza a levantarse. Los dos hermanos, más parecidos ahora que nunca, se paran frente a frente. Las manos de Boromir se apoyan en los hombros de su hermano.

- Aquí se separan nuestros caminos de nuevo, Faramir, hasta el lejano día en que volvamos a encontrarnos – una sonrisa crece en el rostro del mayor de los hijos de Denethor –. Espero que para entonces hayas mejorado esa parada baja...

- ¡Adiós, Boromir! No te olvidaré nunca, hermano.

El mayor de los hijos de Denethor cuadra sus hombros, lleva su diestra al pecho, adoptando el saludo de los soldados de Gondor a sus jefes.

- ¡Salve, Faramir, Senescal de Gondor! Adiós... mi querido hermano.


* * * * *


Meses más tarde una multitud está reunida en la plaza ante la Torre Blanca. En la terraza superior, coronado y vestido de gala, habla el rey Elessar.

- ¡Ciudadanos! Hoy celebramos la llegada del que continua la línea de Mardil el Fiel, la línea de los Senescales de Gondor.

La dama de Rohan y Faramir avanzan hasta la balaustrada, alzando el niño para que sea visto por la multitud. Un heraldo, portador de la librea plata y negro de la guardia de Gondor, se dirige al pueblo.

- ¡Pueblo de Gondor! ¡Saludad al heredero de la Senescalía de Gondor! ¡Saludad al que llevará el nombre de Boromir, hijo de Faramir, hijo de Denethor! ¡Saludad a Boromir, hijo de Eowyn, sobrina de Theoden Rey!


Un guerrero permanece sentado sobre su caballo, en medio de una llanura infinita, en un ocaso eterno, mientras mira pensativo hacia el horizonte.

“Será un gigante entre los hombres, en su juventud el más grande de los guerreros, en su madurez el más sabio de los hombres de su tiempo. El puente que unirá con mano de hierro los reinados del rey Elessar y del joven Eldarion. De nuestros padres obtendrá la sabiduría de padre y la belleza de madre, la sangre de la tierra de la estrella. De los padres de Eowyn obtendrá la prestancia y el orgullo de los jinetes de caballos. Me enorgullece que porte mi nombre. Cuida de mi sobrino, querido hermano”.

Jose, 10 de junio de 2001.