martes, 5 de agosto de 2003

Un sueño

   ¿Sueñan los guerreros con la guerra? Este no lo hace. El vástago más fuerte de una antigua raza, de no haber sido por la violencia de su entorno quizá habría encaminado sus energías hacia otros campos. Orfebre, bardo, marino, en cualquier campo habría destacado su capacidad. Pero estos son tiempos de guerra, y el guerrero sueña.

 

            Estoy en un bosque. No, salgo de un bosque, entro en un claro donde hay un poblado. Visto las ropas verdes y pardas propias de un cazador. Estoy contento, sonriente. El día ha sido fructífero. Y la noche... la noche será aún mejor. La sonrisa se torna risa, inicio una tonada. ¿A qué esas risas? Nada hay de alegre ahora en su vida ¿A qué esas ropas? Es un guerrero, uno capturado, empero.

 

            Reposa sobre mis hombros  un venado, ya sangrado y eviscerado. En mi diestra, un carcaj y el arco largo que ha guiado al venado a mi espalda.Incluso en sueños el guerrero se rebela, ¡mi arma es la espada!. Cruzo la débil empalizada que más que proteger el pueblo impide que huyan las gallinas y los cerdos. Conforme atravieso el poblado los lugareños me saludan, sonríen a mi paso. Me felicitan por la caza, pronuncian mi nombre con el calor que brinda la amistad. El guerrero rebulle sobre el duro suelo, qué nombre es ese que todos pronuncian... y que no es el suyo. No conoce a esos hombres, a esas mujeres.

 

            Me acerco a una cabaña. Se alza junto a un río, donde corre el agua que necesito para mi curtiduría. ¿Mi curtiduría? Dejo allí el venado, junto a otras pieles en distintos estados de tratamiento. Me dirijo a la casa, sonriendo aún más si es posible, anticipando lo que me espera. De la puerta entreabierta surge una voz, la voz de una mujer que canta una canción, un antiguo canto que vino con los hombres desde más allá de las montañas. ¡Esa voz! Oh, por los poderes, esa voz. ¿Quién eres? Pero sé quien eres, aunque no pueda recordar tu cara. Eres una como yo, con la que soy más yo mismo, más grande, mejor.

 

            En la penumbra del interior, un saludo apenas musitado, una caricia, un beso. Una carcajada que se aparta de mí. Haz tu trabajo, hombre. Haz tu trabajo y no vuelvas a mí hasta que te hayas despojado de los olores del animal... y del tuyo propio, apestas. Salgo sonriendo de la casa, meneando la cabeza. Un momento, no he distinguido su cara en la penumbra. Tanto da, volveré cuando haya acabado con el venado y me haya bañado. En la curtiduría despellejo al animal, tiendo su piel en un soporte, comienzo a raspar el interior, despojándolo de los restos de sangre y carne que podrían echar a perder el fino cuero que obtendré de este magnífico animal. Trabajo rápido, mis manos se mueven con la facilidad del que conoce su trabajo. Pero yo soy un guerrero, no un artesano. Mi suerte es la de las armas, por más que ahora haya de verme prisionero y me esperen las minas en el norte. ¿Y quien es ella?

 

            Contento. No puedo sentirme más contento. La sensación del trabajo bien hecho, el cansancio físico de esta mañana y el frío del baño en el río me han dejado como nunca. No creo que sea posible sentirme mejor. Un sueño, solo puede ser un sueño. Tengo hambre, tengo frío. Estoy lleno de cortes y rozaduras y las cadenas se me están clavando en muñecas y tobillos. Pero es tan hermoso. De ser cierto sería tan hermoso...

 

            ¡Espera! ¿Qué es eso? ¿Qué es ese hedor que trae el viento? Este viento, que presagia una tormenta. Una amenaza, un reto y la fuerza que retirará todos los velos. Mi arco... Un sueño, es un sueño. No huelo nada más que esta manada de orcos. Una amenaza sin duda. ¿Un reto? Uno muy pequeño, si estuviese en la plenitud de mis fuerzas y tuviera mi espada. Mi espada...

 

            Humo. Columnas de humo se alzan en el bosque, allí donde se estrecha el desfiladero. Mis vecinos, mis amigos, vienen a mí. Me rodean y me piden, me suplican. Pronuncian de nuevo ese nombre que no es el mío. Soy un cazador, solo un cazador, ¿qué quieren de mí? Dicen que el peligro se acerca, que debemos huir, que debemos enfrentarlo, que nada podemos hacer. Gritos, oigo gritos. Estas malditas bestias gritan, beben, pelean. Me arrojan cuchillos, se complacen en mi tortura.

 

            Estalla la tormenta. Toda el agua que cae es incapaz de apagar ese incendio que parece estar cada vez más cerca de la aldea. Nos hemos dispuesto a la defensa, algunos han huido río abajo. No sé qué es lo que se acerca, se diría que un ariete inmenso derriba e incendia a su paso los árboles del bosque. He dispuesto ante mí mis flechas, mi amor se ha atrincherado en la casa, mi alma está tranquila. Ven, muerte, si muerte has de ser. Mío es mi destino. Sí. Tranquilo. Mañana será otro día de dolor y torturas, pero ahora estoy en paz. Que esta lluvia que cae limpie mi cuerpo y mi alma.

 

            La tierra tiembla, el bosque grita en agonía, los cielos parecen abrirse en la tormenta. ¡Ah! He aquí nuestro enemigo. Por todos los poderes, ¿qué es eso? ¿qué bestia diabólica, qué máquina infernal se alza sobre la empalizada? Miedo, tu nombre es Miedo. Miedo cuando derribas la empalizada. Cuando mis flechas rebotan contra tu piel, áspera coraza que no puedo penetrar. Miedo cuando tu boca se abre y un torrente de fuego acaba con mi casa, mi mujer, mi vida. Miedo cuando te giras, apenas molesto por mis saetas, cuando mis gritos llaman tu atención y tus ojos se clavan en los míos. Sí, Miedo, cuando hablas. FELIZ ENCUENTRO, DE NUEVO. ¿TUYO ES TU DESTINO, HOMBRE? MÍO. MÏO ES TU DESTINO Y EL DE LOS TUYOS.

 

            Sobre mí, el enemigo está sobre mí. Me golpea, me amenaza. ¡Basta! ¡No más humillaciones, no más castigos! Reúno mis fuerzas, vuelvo al combate, soy un guerrero, no volveré a ser prisionero. Ataco al orco más cercano. Si consigo desarmarlo moriré con la espada en la mano. Yo elegiré mi destino.

 

Esplugues del Llobregat, 5 de agosto de 2003