lunes, 16 de abril de 2001

Orgullo

 En una clara mañana de invierno un jinete de desmesuradas proporciones cabalga furioso sobre un enorme caballo de batalla. Su objetivo, los mandos de la agrupación de caballeros de Solamnia en la que se ha visto accidentalmente enrolado. Hace dos meses que como capitán mercenario de las tropas del joven señor de Borgaard cabalga junto a un grupo de caballeros de Solamnia e infantería aliada, y hace dos meses que su visión del mando choca frontalmente con la del comandante del grupo, un rígido ordenancista.

 

            - ¡Maldita sea! ¿Qué es lo que pretendéis? ¿os habéis vuelto loco?

 

            El líder de los caballeros mira con frialdad a su interlocutor.

 

            - Escucha, semiogroPor alguna razón que no alcanzo a comprender el señor de Borgaard alquiló tus servicios como mercenario. El señor de Borgaardforma parte de mi séquito de caballeros, por lo tanto estás bajo mis ordenes te guste o no. Ahora tú y tus hombres os colocareis en el ala izquierda del ataque y cargareis con el resto de los caballeros ¡te guste o no!.

 

            - Señor – una voz contenida a duras penas –, no habéis reconocido el tamaño de la fuerza de caballeros de Takhisis que guarnece ese paso. Es una locura cargar a ciegas, no conocemos si han establecido defensas, si hay magos o sacerdotes entre los defensores, ni siquiera sabemos si...

 

            - ¡Basta! ¡ocupa tu lugar junto a las tropas! Si desobedeces una orden directa serás tratado de acorde a lo que estipula el Código para la deserción en el campo de batalla... estés o no sujeto al Código.

 

            - Señor... sólo puedo dar gracias a los dioses por no ser caballero de Solamnia.

 

            Dicho esto el jinete gira sobre si mismo para ocupar su lugar junto a sus compañeros, en el ala izquierda del ataque. El jinete más cercano, su actual pagador, el señor de Borgaard, un caballero de apenas diecinueve años de edad recientemente admitido en la orden de caballería lo interroga.

 

            - ¿Te ha hecho caso?

 

            - ¡Malditos sean el Código y la Medida! – algunos caballeros, incómodos, se giran para observarlo con censura -. Insiste en una carga de caballería contra una posición de la que no sabe nada. Tal vez solo haya un ala de caballeros, tal vez un escudo completo. Por lo que sabemos podría estar el mismísimo dragón de todos los colores y ninguno – mira fijamente al joven, cuyo miedo es casi palpable; le sonríe- Que Kiri-Jolith te acompañe, muchacho. De poder verte tu padre estaría orgulloso de ti.

 

            Los caballeros adoptan la formación estándar de carga. Una hilera de caballeros ocupa las dos terceras partes centrales del ancho del paso con una separación de tres pies entre caballos. Tras ellos otra hilera de caballeros emergiendo entre las separaciones. La tercera parte restante está ocupada por auxiliares. Con esta alineación se forman tres filas más separadas por veinte pies.

 

            En la fría mañana suena un cuerno de guerra. Se alzan la Rosa, la Espada y el Martín Pescador de los Caballeros de Solamnia. Y cargan contra su enemigo.

 

            La carga se convierte en un desastre. Cuando han avanzado la mitad del camino los jinetes de las primeras filas observan como una hilera de cafres alza unas pesadas picas de defensa. En ese mismo momento los caballeros ven como tres mágicas bolas de fuego avanzan contra la primera línea. Pero las líneas están muy apretadas y no hay espacio para maniobrar. Los caballos, presas del pánico, se alzan de manos rompiendo la formación; y es entonces cuando las bolas de fuego estallan. Se alza el olor dulzón de la carne socarrada, el calor de la explosión seca los pulmones de los caballos y los jinetes más cercanos. Las miasmas del miedo se extienden entre los caballeros, casi todos noveles. Prácticamente toda la primera línea se ha visto afectada, mientras la segunda pugna por avanzar entre el amasijo de jinetes carbonizados y caballos enloquecidos. Solo los auxiliares por las bandas consiguen avanzar hasta la fila de cafres, hostilizándolos. Pero la carga ha fracasado. Los caballeros no consiguen alcanzar la línea y en la retaguardia un cuerno avisa de la situación. Retirada.

 

 

            Los supervivientes vuelven al galope. Eilif se dirige a Borgaard, su jefe directo.

 

            - Señor, hablad con el comandante. Ya habéis visto la carnicería producida. Hay magos y sacerdotes de Takhisis entre los defensores. No creo que haya mucho más de 100 soldados entre tropa y mandos, pero el uso de la magia les otorga una superioridad clara.

 

            - Eilif, ya me has visto intentarlo varias veces antes de llegar aquí, pero soy muy joven y no me hacen caso. Él es un caballero de la Corona, un veterano de la Guerra de la Lanza, y yo solo soy un recién admitido caballero de la Espada. No puedo hacer prevalecer mi opinión contra la suya.

 

            - Llevadme al consejo.

 

            En lo alto de la colina que se alza frente al paso el comandante de la fuerza solámnica discute con sus ayudantes. Frunce el ceño cuando ve llegar a Borgaardjunto a Eilif.

 

            - Señor, os pido que nos escuchéis antes de lanzar un nuevo ataque.

 

            - Vuestras insistentes objeciones al mando rayan la insubordinación, joven Borgaard. Solo por respeto a la memoria de vuestro padre .....

 

            - Escuchad a mi amigo, Señor. Como vos es un veterano de la Lanza, y su experiencia como guerrero se extiende a años atrás. Escucharle no os hará daño, señor.

 

            Los espesos bigotes del comandante tiemblan de ira contenida.

 

            - Muy bien Borgaard. Escucharé a vuestro mercenario. Pero volved a vuestro puesto. No quiero volver a veros. Mancháis vuestro linaje.

 

            El joven noble marcha colina abajo, hirviendo de rabia y vergüenza.

 

            - ¿Y bien, semiogro? La estimación que os profesan los Borgaard resulta extraña.

 

            - Cierto señor – contesta Eilif en un tono irónico, plantándose ante el adalid solámnico – tan extraña como la simiente de esa familia, hace mucho tiempo que no tengo ante mí a un caballero de la talla del viejo Tronco de Roble Borgaard

 

            - Di lo que tengas que decir... y vuelve a tu puesto. Sospecho que los caballeros retrocedieron al ver como huía ante el enemigo el ala izquierda.

 

            Ambos personajes apenas pueden contener su animadversión. Permanecen frente a frente, en posición de firmes, apenas a tres palmos de distancia, haciendo arder el aire entre ellos.

 

            - Os ruego, Señor, que desistáis del ataque hasta que no recibamos refuerzos. Tal vez algunos arcos largos serían de utilidad para hostilizar a sus magos y sacerdotes y ...

 

            - Vaya. Bonita promoción, de mercenario a estratega. Retírate inmediatamente.

 

            - Debo insistir, señor.

 

            - ¡He dicho que te retires!.

 

            - Señor, puesto que os obcecáis en el ataque solo me resta pediros una última cosa.

 

            - ¡Por la gracia de Paladine! Di lo que quieras y márchate inmediatamente de aquí.

 

            El hombretón calla unos instantes, con el objeto de atraer la atención de los caballeros presentes. Una vez seguro de que todos los reunidos le escuchan habla en voz alta y clara, con un matiz de desafío.

 

            - Puesto que ordenáis el ataque os pido que tengáis el valor de comandarlo.

 

            Dando media vuelta el hombretón se retira.

 

 

            De nuevo se forman las filas de los caballeros de Solamnia. Tal vez esta vez menos animosos, tal vez esas risas ahora intentan ocultar su miedo. Pero contemplan como toda la cúpula dirigente se ha colocado al frente, formando una cuña con su comandante en el vértice del ataque.

 

            De nuevo suena el cuerno de batalla, desafiando al enemigo. De nuevo se alzan los estandartes con las inmemoriales enseñas de Solamnia. Y comienza de nuevo la carga.

 

            Y se convierte en un nuevo desastre. De nuevo, al formar una fila los cafres y alzarse las picas, surgen tres bolas de fuego de las líneas de los caballeros deTakhisis. La primera bola impacta directamente sobre el caballo del comandante solámnico, el adalid de los caballeros muere gritando el lema de los caballeros. Las otras dos bolas desbaratan la primera fila, pero aún así los caballeros, enardecidos por la muerte de sus compañeros y su comandante avanzan sobre las defensas oscuras. Ya los auxiliares combaten contra los cafres cuando una tormenta mágica se abate sobre la vanguardia de los caballeros, los rayos invocados por los sacerdotes de la Reina Oscura siegan la mitad de la primera fila, y de nuevo el pánico se adueña de los caballeros. Otra vez suena el cuerno, llamando a los caballeros a la retirada.

 

 

 

            Los caballeros se reúnen en asamblea y eligen tres portavoces para dirigirse a sus mandos. Uno de ellos es Borgaard, que lleva consigo a Eilif.

 

            El nuevo comandante porta el brazo en cabestrillo y una venda tapa una fea quemadura en su frente.

 

            - Vaya, el capitán Eilif, ¿vienes a burlarte de nosotros? Tus advertencias se cumplieron... una lástima que no esté el comandante para escucharte. 

 

            - ¡Basta, señores! –exclama Borgaard -. No llegaremos a ningún sitio si continuamos así. Los paladines de la reina oscura mantienen ocupado el paso mientras nosotros discutimos a sus pies. Discutamos lo que tiene que decir Eilif.

 

Los caballeros al mando deciden escuchar al gigante, a fin de cuentas viene respaldado por una asamblea de caballeros. Discuten la estrategia planteada por el hombretón durante media hora.

 

- Bien, señores, propongo que la infantería ...

 

- ... pero usaran a sus clérigos para apagar el fuego...

 

- ... mejor así, si apagan el fuego no podrán atacarnos...

 

- ¡Los caballeros de Solamnia no se esconden!

 

Guedjin, los caballeros de Solamnia tal vez no se escondan, pero mueren tan fácilmente como cualquier ser humano.

 

 

 

Por tercera vez en el día el cuerno de batalla llama de nuevo a filas a los jóvenes caballeros de Solamnia. Esta vez ven en la cabeza a Eilif montado sobre su caballo, que caracolea víctima de la excitación.

 

- ¡Caballeros! En lo alto del paso los paladines de la Reina Oscura continúan siendo una amenaza para todo lo que significa libertad y compasión, para los ideales que defiende Solamnia. Dos cargas hemos dado ya y aún permanecen en sus puestos. Os digo que esta noche solo quedarán un puñado para llorar a sus compañeros. Escuchadme...

 

Algunos murmullos corren entre las filas.

 

“¿Quién es ese?”

 

“No lleva ninguno de los emblemas de la Orden. ¿Quién le ha dado el mando?”

 

“Dicen que es el capitán de las tropas de Borgaard, un veterano de la Lanza”

 

“No digas tonterías, sería un anciano”

 

“No seas más estúpido de lo que debes serlo, chico. Yo mismo participé en la Guerra de la Lanza.”

 

“Yo he peleado junto a él anteriormente. Pelea como un poseso, y en las dos cargas llegó hasta las filas de los caballeros oscuros.”

 

“Callad de una vez, mocosos. Está dando las instrucciones para la carga.”

           

            “¿La infantería? ¿qué está diciendo?”

 

 

            Faltan dos horas para que se oculte el sol. Se encienden multitud de hogueras en el campamento. Lo soldados de infantería se arremolinan en torno a ellas y encienden teas de madera verde, haces de paja. Llenan odres de aceites y mojan en alcohol pelotas de tela. Avanzan hacia las filas de los caballeros oscuros y antes de colocarse al alcance de los proyectiles de los magos arrojan ante sí su carga, que forma una barrera de espeso humo que impide la vista del enemigo.

 

Sin gritos, sin toques de cuerno, comienzan la carga los caballeros marchando al paso para no hacer demasiado ruido. Pero esta vez la carga es distinta, los caballeros, que se han desprendido de las albardas de los caballos y de partes de su armadura, son ahora más ligeros y no forman una línea compacta, sino que se encuentran mucho más espaciados, hay unos diez pies entre jinete y jinete.

 

            Cuando en las filas de la oscuridad se oye el estrépito de los cascos de la carga de los caballeros de Solamnia el comandante ordena a uno de los caballeros de la Calavera, los clérigos de la orden oscura,  que disperse la cortina de humo, a la vez que ordena a sus magos, los caballeros de la Espina, que dispongan sus hechizos para contener la marea de las filas del bien. Pero esta vez tienen menos tiempo, y los rayos mágicos y bolas de fuego lanzados a ciegas tienen menos efecto, pues la separación entre los jinetes hace que cuando uno de los proyectiles impacta no dañe a tantos caballeros, y además estos tienen más espacio para maniobrar.

 

            La cortina de humo se deshace bajo el viento invocado por los caballeros de la Calavera, pero se deshace solo para dar paso a la carga de los caballeros deSolamnia.

 

            Los caballeros de Takhisis no retroceden, pero comprenden que esta vez será la última, que pronto comparecerán ante su Señora para rendir cuentas. Ante ellos surge una marea de brillantes jinetes, en la primera fila avanzan el Martín Pescador, la Rosa y la Espada, y como un trueno suenan por fin el toque de carga de los caballeros y su grito, su razón de ser: “Est Sularis oth Mithas”, mi honor es mi vida. Los paladines de la oscuridad se miran entre ellos, pero no flaquean y gritan a su vez “¡sométete o muere!”.

 

            La brillante ola formada por los defensores del bien rompe contra la negra roca formada por los paladines de la oscuridad.

 

 

 

 

            Han caído todos los caballeros de Takhisis. Cuando vieron sus líneas quebradas formaron un cuadro y combatieron hasta el último hombre. Solo algunos cafres consiguieron escapar, para ser abatidos por los campesinos locales días más tarde. Al día siguiente, una vez despejado el paso, solo queda un pequeño túmulo para recordar a los caídos de ambos bandos... y los buitres.