jueves, 29 de noviembre de 2001

Sturm


                “ ¡Al diablo con la Medida! ¿Dónde nos ha llevado? No ha suscitado sino escisiones, recelos  e intrigas. Incluso nuestra propia gente prefiere tratar con los ejércitos enemigos antes que tratar con nosotros. ¡La Medida ha fracasado!”

 

                ¿Yo he pronunciado esas palabras? Sí... hace solo dos días, pero parece toda una vida. La Medida no ha superado la prueba del tiempo, o quizá somos nosotros, que no nos hemos mostrado a la altura de los que de nosotros se esperaba.

 

                ¿Por qué adopté yo una actitud diferente? Adiviné la respuesta al oír a Flint, el buen Flint... Fue a causa del enano, del kender, del mago, del semielfo... Ellos me han enseñado a ver el mundo a través de otros ojos, almendrados unos, redondos los otros,  incluso pupilas con forma de relojes  de  arena. Los caballeros como Derek solo ven el mundo en blanco y negro, mientras que yo he podido ver el mundo en su maravilloso y terrible colorido, en todos los matices del gris.

 

                Miedo... tengo miedo. Entre todos esos colores se agazapa el de la desesperación, el de la vergüenza. ¿Fallaré al final?. ¿Temblará mi mano? ¿Verá mi espalda el enemigo?. Ahh... ha pasado una noche más, llega el nuevo día. No huí ayer. No fallaré hoy.

 

                Vencido. Hemos vencido. Si es que a esto se le puede llamar victoria. Hemos rechazado oleada tras oleada de las fuerzas de la Oscuridad, pero la mitad de los caballeros han muerto. Me duele todo el cuerpo, no puedo descansar, no puedo pensar. Me mantengo en pie por puro reflejo, mi cabeza va estallar.

 

                “... sin saber que su aparente firmeza borraba de las mentes de los jóvenes caballeros los terribles recuerdos del día. Aquellos que, en el patio, trasladaban los cadáveres de amigos  y compañeros pensando que quizá mañana alguien haría lo mismo con ellos, oían las pisadas de su  comandante y veían aliviarse sus temores.”

 

                Míralos, contempla como recogen los cadáveres de los caídos, conscientes de sus deberes para con la Orden. Son jóvenes, apenas ingresados en la hermandad, pero en su interior son auténticos Caballeros. En ellos se plasman los valores eternos de Solamnia. No tienen dudas, saben que mientras sea defendida por hombres de fe la Torre del Sumo Sacerdote no caerá jamás. Y ha sido su coraje, su fe en lo que representan nuestras banderas lo que ha contenido la marea oscura. Y mientras tanto yo perezco sumido en mis miedos, en mis dudas. No merezco combatir en sus filas.

 

                Tasslehoff. Dormido como un tronco en medio de tanto desastre... Vaya, me ha venido bien encontrarlo, no recuerdo cuando fue la última vez que pude permitirme una sonrisa. Flint. Inconmovible como la roca de la que están hechos los enanos. Profundamente pesimista, pero aún así sigue combatiendo. Laurana. Un faro de luz en un océano de oscuridad; aunque temo que tu luz se apague mañana, amiga mía. No creo que resistamos mucho más. Si llegan refuerzos de Palanthas lo harán para encontrarse con un ejército conquistador.

 

                De nuevo se alza el sol. No huí ayer. No fallaré hoy. ¿Qué es eso? ¿El enemigo se retira? ¿Se trata de una estratagema para obligarnos a salir a campo abierto? Tanto da, somos tan pocos que no podríamos perseguir ni a una manada de orcos. Oh, dioses... Tasslehof  confirma mis peores temores, se acercan los dragones.

 

                Laurana... jamás te ví tan hermosa. Aseguras ser capaz de manejar el Orbe que se oculta en la Torre. Adelante, amiga, que Paladine te acompañe. Adios, Flint, Tass, Laurana, amigos. Adiós, Tanis, hermano. Adiós a todos.

 

Ya no hay dudas.

 

Ya no hay miedos.

 

Mi honor es mi vida.

 

 

sábado, 24 de noviembre de 2001

Estaba sola



Los muertos caminan en un palacio de salas infinitas.


- ¿Quién es esa mujer? Quién la de rubios cabellos, la de ojos ardientes, la de risa rápida y cólera fácil. La que camina como una reina, la de porte felino, la que amó a un Señor de hombres mortales.


- Estaba sola, sobre el Sirión.


Los muertos caminan, y preguntan quien es esa mujer ante quien el mismo Mandos rinde homenaje.


Estaba sola, en el puente sobre el Sirion.



* * *


Qué grandes esperanzas se habían puesto en aquel día. Los más hermosos, los más fuertes frutos que jamás dieron elfos, enanos y hombres se unieron en uno solo para expulsar al negro enemigo del mundo. Arco, Hacha y Espada que desterrarían para siempre el mal de la Tierra, rescatando las joyas que guardaban la beatitud de los tiempos de antaño, restaurando la belleza original que en la Gran Canción estaba prevista. En otra parte se cuenta qué fue de la gran alianza que se llamó Unión de Maedhros, y como la esperanza se tornó en pena, y como aún habrían de pasar muchos años antes de que el Maldito fuera expulsado. Pero pocas gentes hablan del destino de la rosa más bella, de la espina más aguzada que dio al mundo la sangre de Dor-lómin.


Una nueva cosecha florecía en Hitlum, custodiada por el Señor, Húrin. En el duro noroeste los hombres crecían en número, y felices esperaban el momento de la venganza y recuperación del señorío de Dor-lómin. Pero no todo era felicidad, pues una mujer penaba en silencio, purgando su dolor en las fronteras, manteniendo a orcos, wargos y otras bestias lejos del objeto de su amor, que no era otro que su pariente Húrin. Ambos habían crecido juntos bajo la mirada de la noble Hareth, y en esos años el corazón de la joven se prendó del Señor. Pero las leyes de los hombres no permitían casamientos entre primos, y además Húrin se ató a Morwen, de la casa de Bëor.


Tristes fueron los primeros años de la juventud de la noble mujer. Comprendiendo lo imposible de su amor, cautivada por la serena majestad de Morwen, vistió ropas de hombre, tomo el arco y el acero y partió a las fronteras. Pronto su arrojo suicida le dio un nombre en el norte, la Espina de Hitlum. Durante los meses de primavera y verano su corazón se aligeraba en el frenesí de la batalla, en la caza de grupos de incursores orcos, limpiando los bosques de las inmundas criaturas del norte. Pero cuando el invierno llamaba a las puertas y el tiempo de guerra tocaba a su fin, su corazón languidecía, y era la única sombra en las alegres salas de la casa de Hador.


Llegó rápido el verano del año 473, cuando llegó a su madurez la tercera generación de las gentes de Hador. Y ese año partieron para derribar al Oscuro junto a elfos y enanos. La mujer consiguió unirse a la guardia del Señor, y juntos partieron a la guerra ese malhadado año. Cuanto dolor, cuantas lágrimas vertidas. Pues por la traición de los hombres y la malicia de Morgoth la esperada victoria se tornó amarga derrota.


Se dice que gracias a las hazañas de la casa de Hador las compañías de Gondolin consiguieron retroceder y mantener encendida la llama de la esperanza. Se dice que sin su valor jamás se habría alzado una nueva estrella. Últimos entre todos, cuando todo se había perdido, resistieron dos guerreros.


- ¡Huye, prima! Todo se ha perdido. Vuelve a casa y protege a los míos.


- ¡Señor!


- ¡Vuelve, te digo!


- No volveré corriendo a Hitlum, primo. Ningún orco vio jamás la espalda de nadie de la casa de Hador Lórindol.


- Huye, te lo pido. Mi mujer, mi hijo... Prima, te lo ruego, por el amor que me tienes, que mi familia viva para ver otro día.


Entonces, a través de los caminos secretos que en el marjal de Serech los elfos habían enseñado a los hombres corrió la doncella guerrera, consciente de que siempre, Húrin, supo.


Con los ojos anegados en lágrimas la mujer llegó al puente sobre el Sirion, y allí se giró para enfrentarse a su destino. A la carrera, a lomos de wargos, una infinidad de orcos se abalanzaba sobre ella para saquear Hitlum.


Tranquila, serena como la muerte que llega anunciada, se apostó sobre el puente. Disparó las últimas flechas que le quedaban, siete. Y con cada flecha llegó a sus oídos un grito lejano, ¡ya se hará de nuevo el día!. Vaciado el carcaj, estrelló el arco en el rostro de un jefe orco, lanzándolo sobre el río; tomó su espada y el escudo del norte y defendió el puente. Oleada tras oleada de orcos se abalanzaron sobre ella. Y ella, la Espina de Hitlum, la más bella rosa de la dorada casa de Hador, resistió una y otra vez. Múltiples heridas cortaban su piel, pero ningún orco pudo decir que pisó el otro extremo del puente. Llegó un momento en que las bestias de Morgoth, intimidadas por la habilidad de la mujer, se negaron a avanzar, y entonces un capitán de Angband, un balrog, caminó sobre el puente. No hubo nadie para cantar el duelo entre la dama y el balrog, pero ¿acaso es menor la hazaña porque no la canten los poetas?. Sangrante por mil heridas, próxima a desfallecer, la mujer empuñó su espada con ambas manos y se abalanzó sobre el capitán de Angband. Superada la espada del demonio, superado el látigo de llamas, la Espina saltó sobre el balrog, clavando su acero en el negro corazón del demonio, que gritando cayó al Sirion.


Muere la tarde, y las fuerzas de Angband se reagrupan en torno al puente. Felices nuevas les han traído del norte, cuentan que el señor de los cabezas amarillas ha caído prisionero, y enardecidos por tal noticia cargan de nuevo. La dama yace arrodillada en el puente, apoyada sobre su espada; un brazo, abrasado por la negra sangre del balrog cuelga inútil a su costado. Ya no le quedan fuerzas, sus piernas están quemadas por el látigo del balrog, su piel está abierta en infinidad de heridas, su sangre baña las maderas del puente. Pero es una mujer del norte, una de la estirpe de los padres de los hombres. Y se pone de nuevo en pie, clamando a los cielos en desafío.


Llega la noche, las primeras filas de los orcos la alcanzan, alza su espada.


Del occidente llega una tormenta, presagio de las innumerables lágrimas que se verterán en los días venideros. El enfado de Ossë estalla en las costas. El viento aúlla con la furia del Cazador. Los cielos se oscurecen con la pena del Rey Supremo. Y la ira de Ulmo desborda el Sirion, ningún orco pisará Hitlum esa noche.


* * *


Se abren las puertas de las mansiones de los muertos, y despacio, altiva, orgullosa, entra una mujer, una doncella guerrera. A su lado camina el Señor de las Aguas.


Les espera una figura imponente, Námo, el Juez Mayor, el señor de Mandos. Se inclina ante la recién llegada.


- Señora, os ruego que me acompañéis.


Era la Espina de Hitlum, la rosa más bella de la casa de Hador, y murió defendiendo el puente.


Estaba sola, sobre el Sirion.





Jose, 24 de noviembre de 2001

lunes, 5 de noviembre de 2001

Buscarte


Más de cincuenta años... más de cincuenta años en los que he venido a buscarte, siempre en las mismas fechas, siempre la noche de difuntos. He mantenido siempre ese recuerdo vivo en mi corazón, vivo y en secreto. ¿Quién iba a creerme?


Lo hice jugando, como el niño al que su madre ha prohibido saltar una valla, que sabe que más allá no hay nada que merezca la pena, pero que aún así salta el cercado, un poco riéndose de sí mismo y a hurtadillas. Fui a Finisterre, y en el momento que el libro llamaba la hora-entre-horas, cuando se ponía el sol en el cabo que los antiguos celtas llamaron del fin del mundo - ¿de este mundo? -, di tres vueltas en torno al montículo del faro, siguiendo la dirección del sol entonces moribundo. Un brillante destello de luz me cegó, de repente la tierra se tornó agua y el mar tierra, y allí estabas tú, acorralada contra la orilla y rodeada por unos seres horribles, deformes.


¿Cómo pude equivocarme tanto? Todavía sonrío al recordar como tomé uno de los palos que había en aquella extraña playa y creyendo defenderte me abalancé sobre aquellas criaturas, cayendo en el foso que habías disimulado ante ti para capturar a aquellas bestias. Para hacerlo más humillante perdí el sentido al golpearme la cabeza contra una roca. No ví lo que más tarde tuve ocasión de ver tantas veces, el terrible espectáculo que era tu bello cuerpo cubierto de anillas de acero, sosteniendo una cimitarra en cada mano, avanzando, castigando, llevando el miedo y la muerte a tus enemigos. Lo que sí pude ver fue la cólera en tus ojos al sacarme del foso. Me gritabas en tu idioma, aquella lengua que yo aún no conocía, completamente encolerizada, tanto que me devolviste al foso de un tremendo puñetazo. ¡Nunca antes me había golpeado una mujer de esa forma! Ni un hombre, ya puestos. Mi vida hasta ese día había transcurrido con la feliz inconsciencia de un adolescente nacido en el seno de una familia rica.


Una familia rica... nunca había estado solo, nunca había pasado hambre, frío, el miedo a lo que pueda deparar el mañana... hasta que llegué a tu lado. Y pese a ello contigo pasé los seis mejores años de mi vida. Seis años en los que recorrimos tu mundo, tu salvaje, cruel, glorioso y maravilloso mundo. Años en los que conocí la mordedura del frío, del hambre, del acero de un enemigo. Años de entrenamiento y viajes. Años de gloria. De amor.


De amor. He estado casado en este mundo, dos veces. He querido a mis dos esposas y a cada uno de mis hijos. Pero ¿cómo comparar el sencillo color rojo con el rubor de la rosa?. Así como en tu mundo todo era más brillante, más puro, más terrible, así fue la diferencia entre el amor que he tenido en esta tierra y el amor que sentí por ti.


Nos separaron, en una hora-entre-horas en tu mundo nos separaron, y antes de partir, antes de que el mar se hiciera tierra y la tierra mar juramos volver a encontrarnos, buscar de nuevo el puente entre los mundos. Y te he buscado, amor mío, durante cincuenta largos años. Durante los primeros años busqué el puente aquí, en Finisterre, sin resultado, cada noche de difuntos, cada noche de Samhein. Siempre sorprendido por el amanecer completamente aterido de frío, muerto de pena. He recorrido el mundo buscando puntos donde encontrar el puente, inútilmente.


Estos últimos años he vuelto al principio, a este “fin del mundo”, a buscarte. Pero para serte sincero, con más temor que esperanza. El paso entre los mundos también afecta al tiempo, amor mío. Cuando crucé el puente de vuelta me encontré con que solo habían pasado unos meses en mi mundo. Seis años de gloria, de alegrías y tristezas, por unos meses grises, anodinos. Tengo miedo de encontrar el puente tendido y encontrarte al otro lado, esperando al que junto a ti antaño amó y combatió. Regresar para ver la desilusión y la pena en tu cara cuando descubras a un anciano inútil que a duras penas puede ya dar tres vueltas en torno a una colina sin caer extenuado, no al guerrero de otros tiempos.


El corazón me dice que está será la ultima vez, amada. Me faltan las fuerzas, y lo que tu me enseñaste que es peor, la voluntad de luchar.


Ya cae el sol, ya es hora...



Jose, 5 de noviembre de 2001