sábado, 10 de marzo de 2001

Esperanza


            - Así, hermanos. Así brillaba Rána la Errante la primera vez que se alzó por encima del horizonte, hace ya tantos años, cuando mi señor Fingolfin hizo sonar las trompetas de plata al pisar por primera vez Beleriand.

 

            Un noldo pronuncia estas palabras mientras enciende una hoguera. Dirige un grupo de elfos y hombres que descasan próximos a la desembocadura del Sirion. Son un grupo triste, herido, exiliados de Gondolin, de Doriath, de Hitlum, de Dor-Lómin. Han instalado un campamento, y bajo la luz de la luna llena sanan sus heridas, recientes a causa de su encuentro con un grupo de orcos que llevaba esclavos al norte. Un hombre, uno de la Casa de Bëor, es el que habla ahora.    

 

- Así brillaba también la noche que por vez primera se alzó Gil Estel, la Estrella de la Esperanza. Miradla en el horizonte... ¿pero qué esperanza queda ahora para Elfos u Hombres? Llevamos ya un mes buscando a los hijos de la señora Elwing. Dicen que los malditos hijos de Fëanor los guardan como rehenes, para obtener la Joya de Beren.

 

El grupo, enviado por el Carpintero de Barcos, busca noticias sobre el paradero de los hijos de Eärendil y Elwing, perdidos durante el feroz ataque de los hijos de Fëanor a las desembocaduras del Sirion.

 

- Siempre queda un lugar para la esperanza, amigo mío – aduce otro de los hombres, un anciano de cabellos tan rubios que parecen blancos, de la dorada Casa de Hador-. ¿No es una ironía que mis ojos, cegados por la crueldad de los hombres cetrinos, sean capaces de ver mejor la esperanza que los tuyos?.

 

- Dicen que para llegar a la luz hay que pasar primero por las tinieblas, anciano – le sonríe una hermosa elfa silvana-. Quizá sea ahora, cuando todos parecemos movernos en tinieblas, que veas mejor que ninguno de nosotros la llama de la esperanza.

 

Mientras la elfa pronuncia estas palabras se acomoda junto a ella su compañero, un noldo de largos y oscuros cabellos.

 

- En mi memoria la luna llena trae el recuerdo de la noche en que te di el nombre que ahora llevas, Celebriel. Rana en todo su esplendor debería ser tiempo de esperanzas, de nuevas empresas.

 

- ¿Nuevas empresas? – pregunta la voz amarga de otro elfo, un joven falathrim -. ¿Qué nuevas empresas pueden acometer ya los elfos? Nargothrond y Gondolin mancilladas, los Puertos derribados... Hemos caído tan bajo que ya no necesitamos al Oscuro para derrotarnos a nosotros mismos. Ahora nos atacamos entre nosotros, por vez primera derramamos sangre de elfos en vez de orcos...

 

- No por vez primera – responde el anterior, recordando un tiempo lejano que siempre ha intentado olvidar, ocultando su cabeza bajo su capucha -, ya antes el nombre de Noldor se cubrió de vergüenza... fue en Valinor donde por primera vez mi espada se tintó de sangre elfa...

 

- ¿Tú, Eilif? – salta un asombrado elfo de Doriath – no puedo creer que tú participases de la Matanza de Hermanos. ¿Has entrado en Menegroth con las manos manchadas de sangre Teleri?

 

- No, amigo mío, entonces yo estaba en Alqualondë con mi señora Galadriel. Nos sorprendió allí el ataque de los seguidores de Fëanor... asaltaron el puerto, robaron los barcos-cisne... y la sangre Teleri bañó las playas de perlas. Mi señora decidió allí oponerse a Fëanor y allí combatimos hasta que el Espíritu de Fuego decidió que ya tenía suficientes barcos. Creo que fue allí donde los Noldor malogramos nuestras esperanzas, desde entonces cada empresa que hemos emprendido nos ha llevado al desastre, cada nueva ilusión ha sido vana...

 

- Ya ves, anciano – el de la casa de Beor toma de nuevo la palabra – Los elfos matan elfos, enanos y hombres, los hombres matamos elfos y nos matamos entre nosotros. Los enanos se apartaron de la lucha desde las Lágrimas Innumerables. ¿Qué pueblo queda ya entre las gentes libres que pueda oponerse al oscuro sin estar mancillado? Te repito que no hay esperanza alguna, todos caeremos bajo el mazo del Oscuro, solo es una cuestión de tiempo.

 

La esperanza última viene del mar.

 

- ¿Qué?

 

- Fueron las palabras que el padre de Eärendil pronunció ante el señor Turgón – contesta un refugiado de Gondolin -. Quizá aún nos apoye el Señor del Mar, aunque es bien cierto que año tras año mi señor envió barcos a las tierras imperecederas, y todos se perdieron en el piélago.

 

- ¡Los Valar! – se burla el falathrim -. ¿Dónde estaba Ulmo cuando los orcos arrasaron Brithombar y Eglarest? Se dice que el Señor del Mar protegía las costas... las mismas costas que ahora ensucian las pezuñas de los orcos. Los poderosos cercaron las tierras que no mueren contra los Noldor, y por su culpa ninguna ayuda llegará del Oeste.

 

- Calla, muchacho – responde el viejo –, pues de muchacho me parece tu voz y de niño tus comentarios. Después de cada noche llega el día, así es y así será de nuevo. Tal vez no en nuestro tiempo, pero mientras haya quien mantenga la esperanza y desafíe al Oscuro es posible que se haga de nuevo el día. ¿No resiste aún el Carpintero de Barcos? ¿No hay todavía entre Hombres, Elfos y Enanos quien combate al Enemigo?

 

- Escuchad a este hombre - continua Celebriel -. Es ciego, pero ve mejor que todos nosotros. Dormid ahora, quizá el nuevo día nos traiga nuevas fuerzas.

 

Arrullados por el sonido del mar cercano, el grupo duerme.

 

 

 

 

 

 

Cuando la primera luz del amanecer baña las costas de Beleriand el anciano se despierta gritando, sobresaltando a los centinelas.

 

            - ¿Qué te ocurre, anciano, qué tienes?

 

            - ¿No lo notáis, señora?

 

            Sus rostros se tienden al oeste. Sus  ojos,  ciegos unos,  otros claros, se dirigen al poniente como atraídos por una fuerza irresistible.

 

            - ¿Qué te ocurre, Celebriel, qué tienes?

 

            - ¿No lo notas, Eilif? No puedo creer que no sientas esa fuerza, ese poder... no notaba algo así desde que golpeamos las puertas de Angband...

 

            El resto del campamento se reúne en torno a la pareja.

 

            - Yo también lo noto, señora – dice el viejo ciego -. Un poder descomunal, una fuerza  capaz de derribar montañas, un...

 

            - ¿Qué estáis diciendo? ¿El Enemigo aquí? Eso es imposible, espera... ¿Un gran gusano de Angband? ¡Formad un círculo! Apagad los fuegos, hermanos, y preparaos para todo.

 

            - No, Eilif – en el bello rostro de la elfa brilla una sonrisa -. Ese poder no es maligno. Es un poder desmesurado, como dice nuestro amigo, pero no es enemigo de las tres razas.

 

            La faz del noldo palidece, mira hacia la espesura, como si quisiera penetrarla para llegar a la playa que se extiende más allá.

 

            - Yo... yo también noto ese poder... no es posible... ¡no es posible!

 

            El elfo desaparece corriendo entre la espesura. El resto del grupo, frenado por los heridos y el hombre ciego, marcha a una velocidad más lenta. Cuando llegan a la playa la risa de Eilif llena el aire.

 

            - ¡Mira, amor mío! ¡Mirad amigos! Quien ha visto una vez esos barcos no los olvidará jamás, y quien ha vivido entre sus bravos tripulantes amará el mar por siempre. Mirad, elfos y hombres, mirad al que porta el estandarte del Rey Mayor en la proa del primer barco. ¡Ya llegó la esperanza!

 

            A su espalda, los primeros rayos del sol juegan complacidos con las blancas velas de la flota de los barcos-cisne Teleri.

 

 

 

                                                                                                Jose, 10 de marzo de 2001.

Esperanza


            - Así, hermanos. Así brillaba Rána la Errante la primera vez que se alzó por encima del horizonte, hace ya tantos años, cuando mi señor Fingolfin hizo sonar las trompetas de plata al pisar por primera vez Beleriand.

 

            Un noldo pronuncia estas palabras mientras enciende una hoguera. Dirige un grupo de elfos y hombres que descasan próximos a la desembocadura del Sirion. Son un grupo triste, herido, exiliados de Gondolin, de Doriath, de Hitlum, de Dor-Lómin. Han instalado un campamento, y bajo la luz de la luna llena sanan sus heridas, recientes a causa de su encuentro con un grupo de orcos que llevaba esclavos al norte. Un hombre, uno de la Casa de Bëor, es el que habla ahora.    

 

- Así brillaba también la noche que por vez primera se alzó Gil Estel, la Estrella de la Esperanza. Miradla en el horizonte... ¿pero qué esperanza queda ahora para Elfos u Hombres? Llevamos ya un mes buscando a los hijos de la señora Elwing. Dicen que los malditos hijos de Fëanor los guardan como rehenes, para obtener la Joya de Beren.

 

El grupo, enviado por el Carpintero de Barcos, busca noticias sobre el paradero de los hijos de Eärendil y Elwing, perdidos durante el feroz ataque de los hijos de Fëanor a las desembocaduras del Sirion.

 

- Siempre queda un lugar para la esperanza, amigo mío – aduce otro de los hombres, un anciano de cabellos tan rubios que parecen blancos, de la dorada Casa de Hador-. ¿No es una ironía que mis ojos, cegados por la crueldad de los hombres cetrinos, sean capaces de ver mejor la esperanza que los tuyos?.

 

- Dicen que para llegar a la luz hay que pasar primero por las tinieblas, anciano – le sonríe una hermosa elfa silvana-. Quizá sea ahora, cuando todos parecemos movernos en tinieblas, que veas mejor que ninguno de nosotros la llama de la esperanza.

 

Mientras la elfa pronuncia estas palabras se acomoda junto a ella su compañero, un noldo de largos y oscuros cabellos.

 

- En mi memoria la luna llena trae el recuerdo de la noche en que te di el nombre que ahora llevas, Celebriel. Rana en todo su esplendor debería ser tiempo de esperanzas, de nuevas empresas.

 

- ¿Nuevas empresas? – pregunta la voz amarga de otro elfo, un joven falathrim -. ¿Qué nuevas empresas pueden acometer ya los elfos? Nargothrond y Gondolin mancilladas, los Puertos derribados... Hemos caído tan bajo que ya no necesitamos al Oscuro para derrotarnos a nosotros mismos. Ahora nos atacamos entre nosotros, por vez primera derramamos sangre de elfos en vez de orcos...

 

- No por vez primera – responde el anterior, recordando un tiempo lejano que siempre ha intentado olvidar, ocultando su cabeza bajo su capucha -, ya antes el nombre de Noldor se cubrió de vergüenza... fue en Valinor donde por primera vez mi espada se tintó de sangre elfa...

 

- ¿Tú, Eilif? – salta un asombrado elfo de Doriath – no puedo creer que tú participases de la Matanza de Hermanos. ¿Has entrado en Menegroth con las manos manchadas de sangre Teleri?

 

- No, amigo mío, entonces yo estaba en Alqualondë con mi señora Galadriel. Nos sorprendió allí el ataque de los seguidores de Fëanor... asaltaron el puerto, robaron los barcos-cisne... y la sangre Teleri bañó las playas de perlas. Mi señora decidió allí oponerse a Fëanor y allí combatimos hasta que el Espíritu de Fuego decidió que ya tenía suficientes barcos. Creo que fue allí donde los Noldor malogramos nuestras esperanzas, desde entonces cada empresa que hemos emprendido nos ha llevado al desastre, cada nueva ilusión ha sido vana...

 

- Ya ves, anciano – el de la casa de Beor toma de nuevo la palabra – Los elfos matan elfos, enanos y hombres, los hombres matamos elfos y nos matamos entre nosotros. Los enanos se apartaron de la lucha desde las Lágrimas Innumerables. ¿Qué pueblo queda ya entre las gentes libres que pueda oponerse al oscuro sin estar mancillado? Te repito que no hay esperanza alguna, todos caeremos bajo el mazo del Oscuro, solo es una cuestión de tiempo.

 

La esperanza última viene del mar.

 

- ¿Qué?

 

- Fueron las palabras que el padre de Eärendil pronunció ante el señor Turgón – contesta un refugiado de Gondolin -. Quizá aún nos apoye el Señor del Mar, aunque es bien cierto que año tras año mi señor envió barcos a las tierras imperecederas, y todos se perdieron en el piélago.

 

- ¡Los Valar! – se burla el falathrim -. ¿Dónde estaba Ulmo cuando los orcos arrasaron Brithombar y Eglarest? Se dice que el Señor del Mar protegía las costas... las mismas costas que ahora ensucian las pezuñas de los orcos. Los poderosos cercaron las tierras que no mueren contra los Noldor, y por su culpa ninguna ayuda llegará del Oeste.

 

- Calla, muchacho – responde el viejo –, pues de muchacho me parece tu voz y de niño tus comentarios. Después de cada noche llega el día, así es y así será de nuevo. Tal vez no en nuestro tiempo, pero mientras haya quien mantenga la esperanza y desafíe al Oscuro es posible que se haga de nuevo el día. ¿No resiste aún el Carpintero de Barcos? ¿No hay todavía entre Hombres, Elfos y Enanos quien combate al Enemigo?

 

- Escuchad a este hombre - continua Celebriel -. Es ciego, pero ve mejor que todos nosotros. Dormid ahora, quizá el nuevo día nos traiga nuevas fuerzas.

 

Arrullados por el sonido del mar cercano, el grupo duerme.

 

 

 

 

 

 

Cuando la primera luz del amanecer baña las costas de Beleriand el anciano se despierta gritando, sobresaltando a los centinelas.

 

            - ¿Qué te ocurre, anciano, qué tienes?

 

            - ¿No lo notáis, señora?

 

            Sus rostros se tienden al oeste. Sus  ojos,  ciegos unos,  otros claros, se dirigen al poniente como atraídos por una fuerza irresistible.

 

            - ¿Qué te ocurre, Celebriel, qué tienes?

 

            - ¿No lo notas, Eilif? No puedo creer que no sientas esa fuerza, ese poder... no notaba algo así desde que golpeamos las puertas de Angband...

 

            El resto del campamento se reúne en torno a la pareja.

 

            - Yo también lo noto, señora – dice el viejo ciego -. Un poder descomunal, una fuerza  capaz de derribar montañas, un...

 

            - ¿Qué estáis diciendo? ¿El Enemigo aquí? Eso es imposible, espera... ¿Un gran gusano de Angband? ¡Formad un círculo! Apagad los fuegos, hermanos, y preparaos para todo.

 

            - No, Eilif – en el bello rostro de la elfa brilla una sonrisa -. Ese poder no es maligno. Es un poder desmesurado, como dice nuestro amigo, pero no es enemigo de las tres razas.

 

            La faz del noldo palidece, mira hacia la espesura, como si quisiera penetrarla para llegar a la playa que se extiende más allá.

 

            - Yo... yo también noto ese poder... no es posible... ¡no es posible!

 

            El elfo desaparece corriendo entre la espesura. El resto del grupo, frenado por los heridos y el hombre ciego, marcha a una velocidad más lenta. Cuando llegan a la playa la risa de Eilif llena el aire.

 

            - ¡Mira, amor mío! ¡Mirad amigos! Quien ha visto una vez esos barcos no los olvidará jamás, y quien ha vivido entre sus bravos tripulantes amará el mar por siempre. Mirad, elfos y hombres, mirad al que porta el estandarte del Rey Mayor en la proa del primer barco. ¡Ya llegó la esperanza!

 

            A su espalda, los primeros rayos del sol juegan complacidos con las blancas velas de la flota de los barcos-cisne Teleri.

 

 

 

                                                                                                Jose, 10 de marzo de 2001.